Asumo que cuando hablan ante la asamblea general de las Naciones Unidas, los jefes de Estado se esmeran en la preparación previa de las palabras que escuchará el resto del mundo. No el nuestro: Andrés Manuel López Obrador solamente tenía una tarjeta de auxilio e improvisó. Entrenado como orador invicto en asambleas populares, supongo que decidió echar mano de sus habilidades intrínsecas ante la convocatoria global de diplomáticos y líderes políticos de otros países. Además, ha
dicho cien veces que la mejor política exterior es la interna. Por eso creo que ese discurso debe leerse con la mayor seriedad, pues las palabras le salieron del alma.
Se le ha criticado que haya dedicado una parte a explicar los pormenores del avión de la rifa que todavía está a la venta: como si hubiese aprovechado la oportunidad para buscar clientes entre los poderosos del mundo. También se ha escrito que no tocó los temas fundamentales a los que estaba llamada la asamblea conmemorativa de los 75 años de vida de la ONU.
Se esperaba que hablara de las vacunas de acceso gratuito y universal para combatir el Coronavirus sin distinciones de raza, ingreso o región, pero no lo hizo. En cambio, optó por hablarle a sus partidarios, refrendando sus ideas y su percepción de lo que fue y debe ser México.
De aquí la importancia de los énfasis del discurso. Me alarma especialmente el elogio al Benemérito de las Américas a través del nombre de pila de Mussolini, fundador del fascismo. ¿Cuántas veces se habrá usado el nombre de ese otro Benito, en términos laudatorios, ante la asamblea general de las Naciones Unidas creada tras la Segunda Guerra Mundial? Muy al contrario
Por: Mauricio Merino
Fuente: El Universal