Se perciben a sí mismos como revolucionarios: están sinceramente convencidos de formar parte de un proceso de transformación histórica —y no uno más, sino el más importante de la historia mexicana— cuyos fines justifican por y para sí todos los medios simbólicos, políticos y burocráticos necesarios para lograrlos. En esa lógica, cualquier obstáculo que se oponga a sus propósitos debe ser eliminado pues las revoluciones no transigen, ni negocian, ni conceden: actúan y avanzan, a pesar de todo. No hay medias tintas: o se triunfa o se
fracasa por completo.

Asumen que es una revolución pacífica que no llegó al poder con armas sino con votos: 30 millones de sufragios. Pero afirman que no ganaron para llevar a cabo un programa sexenal sino que recibieron el mandato de emprender esa revolución que se había venido incubando —y demorando— desde los 80. No se plantearon formar otro gobierno sino cambiar el régimen político. Gobernar es una cosa y transformar la realidad es otra, de modo que l o suyo es desterrar el neoliberalismo y derrotar definitivamente a quienes lo prohijaron, lo protegieron o lo toleraron, en cualquiera de sus múltiples manifestaciones.

Para leer columna completa clic aquí: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/mauricio-merino/breve-anatomia-politica-del-regimen