Llevo tres años corridos escuchando en esa conversación y en aquella otra la misma frase recurrente: “si se atreven a cometer tal barbaridad ya estaríamos hablando de otra cosa”, y con otra cosa se quiere decir una ilegalidad, abuso de poder, autoritarismo, despotismo, militarismo, o en el extremo, los primeros ácidos fascistoides. Y no obstante, siempre pasa lo mismo… el gobierno mexicano y su coalición morenista si se atreven a eso, a ir un poco más allá de lo que la Constitución y la ley se los permiten.

López Obrador, se atrevió a exhibir una juerga mal organizada a la que llamó consulta, y con ella canceló el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México con una pérdida (por lo bajo, según la ASF) de 113 mil millones de pesos. Más recientemente, un tribunal constitucional sentencia en definitiva, que la señora Delfina Gómez cometió un masivo delito electoral -a costa de los trabajadores del municipio donde gobernaba- y con todo, el presidente la mantiene incólume como secretaria de educación pública. La Constitución prohíbe literalmente que los funcionarios promuevan las consignas en la revocación de mandato, pero el mismísimo secretario de gobernación viola pública y estentóreamente toda legalidad, mientras que a su lado, el jefe militar de la guardia nacional, vestido como es -de militar- acude campechano al mitin del partido oficial ofreciendo por añadidura, los aviones de la fuerza aérea para facilitar la campaña de sus correligionarios.

Todo eso y decenas de ejemplos adicionales, son extremos, todos una anomalía, una ilegalidad y en su conjunto, ya han transformado la condición política de México.

Un gobierno que se ufana de la excepción y de la trasgresión de la ley, un tipo de despotismo en ejercicio que mi generación no había vivido nunca. Creo que no hay que esperar más eventos o más pruebas para llamar a “esto” por su nombre y para exigir por todos los medios, que las instituciones que aún funcionan redoblen su papel de contención y contrapeso, pues si en la simple y anodina revocación de mandato son capaces de violar tumultuariamente a la Constitución ¿de qué no serán capaces en la elección presidencial del 24?.

No es pregunta retórica. Estamos presenciando una pasmosa vulneración de las reglas y los procedimientos de la democracia mexicana en una frenética deriva de iniciativas, desacatos, invectivas y manotazos desde el poder público.

Tal quebranto a las leyes tiene una función política: que a los ojos de su feligresía y de una parte de los ciudadanos, las instituciones democráticas carezcan de utilidad y sentido. Si frente de ellas somos capaces de violar la ley, ¿cuál es su valor? Mejor deshagámonos de ellas.

Sabíamos que el de López Obrador iba a ser un mal gobierno, sobre todo por la ineptitud, ampliamente acreditada en su gestión económica como en su gestión sanitaria de la pandemia, pero pocos advirtieron la destrucción que traería, la ambición de poder centralizado y mucho menos, la naturalidad con la que ha entregado cada vez más funciones estatales al ejército.

De tal manera, que ha llegado la hora de preguntarnos con seriedad si la próxima generación podrá vivir en un régimen democrático o si está condenada a un pasaje rudo y disolvente de la sociedad abierta que pudimos adquirir. Creo que es la pregunta a tener en mente en las semanas y meses por venir.

Fuente: Crónica