Víctor Leonel Juan Martínez
Comentarios en la presentación del libro
Educación, Biografía y Derechos Humanos,
Rodolfo Stavenhagen, itinerante de alteridades
de Andrés Argüello
Noviembre 21 de 2014

La conseja popular nos habla de personas que son “como un libro abierto”, esto es: transparentes, honestos, sin dobleces y a las que conoces, sin ambages, en el mejor sentido del término, al establecer una mínima relación con ellas. A esta categoría pertenece Rodolfo Stavenhagen, cuyo vida es el eje del libro Educación, Biografía y Derechos Humanos, de Andrés Argüello.

Pero también hay libros que son, y me tomo la licencia de usar el término, “como personas abiertas”, esto es, su lectura te permite conocer no sólo trayectorias, procesos sociales, historias, sino sensibilidades, vivencias, compromisos, formas de relacionarse. Son intimistas, al tiempo que entrelazan la historia personal de vida, la biografía de un personaje, con el contexto social, político, cultural, económico, con el que le tocó vivir. También de esta manera podemos describir a este “Estudio de Rodolfo Stavenhagen, itinerante de alteridades”.

Personaje, compromiso social y proceso político-sociales nos conducen así por historias fascinantes.

La de Stavenhagen, un niño judío-alemán que, bajo la amenaza nazi abandona su tierra natal; en esta etapa sufre en carne propia la discriminación, la exclusión, el racismo. Años más tarde, reconociendo e identificándose con el otro, es constructor de conciencia, de identidad y diálogo intercultural, de lucha por el reconocimiento de los antes invisibilizados.

Así lo describen colegas, alumnos, discípulos, amigos, en testimonios que Argüello recoge, sistematiza y con ellos arma historias. Y, por supuesto, lo perciben, como un hermano más, los pueblos indígenas:

“Hace varias décadas Rodolfo nos unió a muchos activistas de México y de Latinoamérica, en talleres, seminarios, para ‘fortalecer la conciencia’. En las reuniones participaban Don Samuel Ruiz, Bartolomé Carrasco, Natalio Hernández, Guillermo Bonfil, Floriberto Díaz, entre muchos otros. Nos reuníamos para precisar qué es la libre determinación, la autonomía, los derechos de los pueblos indígenas; así como la necesidad de revalorar la organización, las formas de vida de las comunidades. Sobre Rodolfo lo que puedo decir es que siempre trabajó para fortalecer la conciencia de los activistas en la lucha por los pueblos indígenas”

Así lo recuerda Joel Aquino, zapoteca de Yalalág y uno de los más importantes intelectuales del movimiento indígena en México.

La compleja historia personal de Stavenhagen, escrita con gran sencillez por la pluma de Andrés Argüello, nos muestra cómo, particularmente en su infancia y adolescencia, le fueron conculcados sus derechos humanos: a una nación, a una identidad propia, a una vida segura, a la libertad, a una ciudadanía. Rechazado por un mundo hostil y en guerra, tiene que viajar por varias naciones hasta instalarse en México. Años más tarde, ya con una nacionalidad y una ciudadanía, la mexicana, la lucha por los derechos humanos lo regresa a muchas naciones, como ciudadano del mundo, como defensor de esos derechos y promotor de su reconocimiento.

Pero este libro nos habla también de otras historias, una, la de los pueblos indígenas y su lucha para ser considerados sujetos sociales, para que les sean reconocidos sus derechos, para que los derechos colectivos sean considerados derechos humanos.

Los procesos sociales tienen factores que los movilizan, momentos coyunturas. Pero también se construye en la cotidianidad, se nutre de pensamientos, de luchas personales, de liderazgos y compromisos sociales. Hay personas de carne y hueso que los hacen posible. La travesía del movimiento indígena en el siglo XX mexicano tiene en Guillermo Bonfil, Arturo Warman, Aguirre Beltrán, Salomón Nahmad, Natalio Hernández, entre muchos otros, no a intelectuales aliados, sino intelectuales que se comprometieron con su lucha, la vivieron intensamente y contribuyeron de manera fundamental a su reconocimiento. A esta estirpe pertenece Rodolfo Stavenhagen.

Sin ellos, sin él, difícilmente hubiese tenido la claridad con que se sustentaron sus demandas y su argumentación teórica. El camino hubiese sido aún más complejo de lo que de sí ha sido. Constructor de una conciencia social del ser indígena; mentor para fortalecer esa conciencia. Pero no sólo fue solidario o acompañante. También, desde distintas instancias: el extinto Instituto Nacional Indigenista, la Dirección de Culturas Populares (cuya génesis y primera etapa son fruto de la lucha de Stavenhagen), la UNESCO, la primera Relatoría de las Naciones Unidas para los Pueblos Indígenas, nos muestran su decisión de empujar, desde todos los ámbitos, la lucha por el reconocimiento y el respeto al otro, en este caso a los pueblos indígenas.

Y es que los procesos sociales son hechos por las masas, pero tienen ideas, ejes, hilos conductores. Y son hechas por personas de carne y hueso.

Algunos, construyen el pensamiento que se traduce en acción. Otros actúan guiados por la producción intelectual. Stavenhagen pertenece a ambos. Alejado de la falsa dicotomía del intelectual encerrado en su torre de marfil o el intelectual orgánico, Stavenhagen es un hombre de su tiempo y actúa en consecuencia. En las páginas de esta obra vemos cómo, en el sentido de Ortega y Gaset (Meditaciones del Quijote), lleva hasta las últimas consecuencias que “vivir es tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él, es el ‘soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo’”. Otro testimonio nos da ejemplo de ello:

“Lo recuerdo en la Comisión de Seguimiento y Verificación para los Acuerdos de Paz en Chiapas, siempre empujando el reconocimiento de los derechos indígenas y apoyando las iniciativas de reformas constitucionales en la materia. Y en el contexto internacional, como primer relator de la ONU sobre derechos humanos y libertades fundamentales, como viajero incansable a los países para documentar las violaciones a los derechos indígenas y proponer recomendaciones que los fortalecieran. En su visita a México tuvo la audacia de reabrir el debate sobre la reforma constitucional indígena, en un contexto poco favorable a ello. Y su presencia fue fundamental para el proceso de aprobación de los declaración de la ONU sobre pueblos indígenas en 2007. Nos dio, a los activistas indígenas, las herramientas y argumentos necesarios para la defensa de nuestros derechos. Para nosotros se constituyó en una fuente confiable dado su compromiso con nuestra lucha y nuestras demandas. Y si algo distingue a Rodolfo es su compromiso, de toda la vida, con los pueblos indígenas.”

Quien así lo recuerda es Adelfo Regino, quien compartió con Rodolfo el duro proceso de la Comisión para el Seguimiento y la Verificación de los Acuerdos de Paz en Chiapas (COSEVER), surgida para verificar los acuerdos de San Andrés Larrainzar entre el EZLN y el gobierno federal; y en el grupo de trabajo para la Declaración de la ONU sobre Pueblos Indígenas.

La academia es otra de las inagotables vetas de Stavenhagen. El Colegio de México, como su espacio motriz, pero no únicamente. La Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) tienen cambios sustanciales durante su gestión al frente de ella, de la mano de su persistencia por ampliar el mundo del conocimiento. Su visión de un intelectual actuante, inmerso en procesos de investigación y no sólo testigo y relator de los hechos sociales.

Alejado de la ortodoxia formalista, y en la línea de Paulo Freire, para él la enseñanza es liberadora en sí misma. Sus discípulos dan constancia de ello.

Como maestro, como intelectual, como constructor de conciencia social, como fortalecedor de identidades, Stavenhagen tiene claro que “el deber de los hombres de cultura es hoy más que nunca sembrar dudas, no ya recoger certezas”, como lo señalara Norberto Bobio (Política y Cultura, 1955). Esa, que podría hoy en día ser una afirmación simplista y obvia, no lo era a mediados del siglo pasado, en que se pedía a fuerzas sacar certezas de los intelectuales y su participación en los movimientos sociales y/o políticos sólo se vislumbraba como su pertenencia orgánica a ellos.

Por eso esta generación a la que pertenece Stavenhagen, como podemos apreciar en este libro, tiene claro que “más allá del deber de entrar en la lucha, el hombre de cultura, el intelectual, tiene derecho a no aceptar los términos de la lucha tal como están planteados, a discutirlos, a someterlos a la crítica de la razón (es el Pepe Grillo de los procesos sociales) porque, por encima del deber de la colaboración está el derecho a la investigación” (Umberto Eco, A paso de cangrejo).

Y con Stavenhagen se ejemplifica como los intelectuales no sólo deben ser generadores de ideas, sino también guías y activistas de los procesos de cambio social.

Justo ahora, la lectura de Educación, Biografía y Derechos Humanos se redimensiona. Stavenhagen señala en reiteradas ocasiones que pese a la lucha de décadas, este mundo poco ha cambiado en materia de derechos humanos o en el reconocimiento a los pueblos indígenas y sus derechos.

Las masivas movilizaciones de ayer en distintas ciudades de México (20 de noviembre), que vencieron el miedo y dieron una muestra de valentía en la lucha por los derechos humanos, son la parte noble de la tragedia de Iguala, Guerrero. Son a la vez el termómetro de lo que ha fallado, de los pendientes, de las irresponsabilidades política y las responsabilidades del Estado mexicano –y que se reproducen en historias similares en otras latitudes. Que, pese a las décadas de lucha por los derechos humanos en México –y que es otra historia paralela que recorre este libro—, se continúen con barbaries como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa o las ejecuciones sumarias de Tlatlaya o las centenas de fosas que han hecho del territorio nacional un gran mausoleo, nos habla de la necesidad de seguir en la lucha y fortalecerla. Pero engrandece también a mujeres y hombres, como Rodolfo Stavenhagen, que en épocas aún más complicadas, tuvieron la valentía, compromiso e inteligencia para iniciar las batallas.

Que en Oaxaca el Congreso del Estado, con la aquiescencia del Ejecutivo (pese a que este la presentó), mantenga en la congeladora lo que constituye la iniciativa de reforma constitucional en materia indígena más importante no sólo del México contemporáneo sino incluso de Latinoamérica, nos habla de la pervivencia de la exclusión histórica, de la persistencia en la negación del otro, del racismo inercial y de la corta visión de los legisladores. Pero revaloriza también la labor pedagógica incansable de Stavenhagen, Nahmad, Bonfil, y muchos otros, que dieron orden y cauce a la intelectualidad indígena.

Que en los centros de educación superior, incluida nuestra alma mater, la UABJO, las materias de derechos humanos y derechos indígenas, las hayan incorporado, en el mejor de los casos, sólo como asignaturas “optativas” nos habla del déficit del proyecto educativo, pero también aquilata la senda académica abierta por Stavenhagen y que Educación, Biografía y Derechos Humanos rescata y nos muestra el camino que es posible construir.

Que los grandes “proyectos de desarrollo” que explotan los recursos naturales se sigan implementando en territorio de los pueblos indígenas, sin consultarlos, nos alerta que poco ha cambiado desde la experiencia de Rodolfo en los 50s cuando, como estudiante, atestiguó el desplazamiento de comunidades enteras por la construcción de las presas Cerro de Oro y Temaxcal en el Papaloapam. Pero también nos señala que hay una resistencia fortificada de los pueblos indígenas, una exigencia fortalecida al derecho a la consulta y al consentimiento libre, previo e informado, y que los argumentos de Stavenhagen le dan fortaleza a la demanda.

Stavenhagen habla de que su actuación, en gran medida, es motivada por una deuda que tiene, con el mundo, con la sociedad, con los excluidos, con el otro/los otros. Es, nos advierte Argüello una condición que se explica por sus orígenes de sobreviviente del holocausto. No tenía, por supuesto, deuda alguna, pero sí el compromiso social que todos y todas deberíamos asumir, con esta sociedad, con este mundo. Y, si alguna hubiera, está saldada con creces.

Pero ahora, ¿cómo saldar la gran deuda que pueblos indígenas, academia, derechos humanos y quehacer institucional tienen con Stavenhagen? Sin duda, fortaleciendo el espíritu crítico, continuando con su legado, socializando sus aportaciones intelectuales, promoviendo el debate crítico.

Rodolfo Stavenhagen, merece, tiene, todo nuestro reconocimiento, aprecio y respeto pues actuó –y podemos vivirlo con él en las páginas de este libro— sin pedir garantías de que el mundo mejore y sin esperar, ya no digamos premios, homenajes, libros o confirmaciones siquiera. Actuó con la mente despejada, con la voluntad decidida, con sentimiento de humildad y entrega plena a su deber. En estos momentos aciagos para México, Stavenhagen sigue presente en la lucha, como lo está desde hace 80 años.

Leer su itinerario de alteridades, es obligado para conocerlo un poco más, y nos obliga a todos a comprometernos un mucho más. No olvidemos que no estamos todos, nos faltan 43…

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