Como un animal de rapiña, desgarrador, invasivo y sigiloso, el cáncer ha sido por años una enfermedad incomprendida. En su brillante ensayo La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag retrató el falso romanticismo y las erróneas interpretaciones sobre las causas de enfermedades como ésta: repentinas, devastadoras, caprichosas. Quizás lo más absurdo, pero también lo más común, sea la explicación de la enfermedad como castigo, como algo de lo que hay que avergonzarse, “como traición del propio cuerpo” escribe Sontag.

Quienes hemos vivido cerca de un cáncer sabemos que la enfermedad no siempre es una sentencia de muerte. La Ciencia ha demostrado que exámenes preventivos y medicamentos adecuados son suficientes para curarla. No sucede así cuando llega de sorpresa, después de un chequeo de rutina o de un cansancio inexplicable. La enfermedad se convierte entonces en el inicio de una batalla de dolor sin tregua. Cada quimio o cada radio es una posibilidad de vida.

Los pacientes con cáncer que acceden a un tratamiento pierden pelo, pierden peso, pierden el apetito. Adquieren una apariencia fantasmagórica y una palidez cobriza apenas llevadera frente a la esperanza de librar la muerte.

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Fuente: El Universal