En México, la realidad ciudadana narra la historia de la verticalidad del poder de la élite económica y la élite política, donde la intrincada relación de dominación y reproducción hegemónica de la institucionalidad, vulnera a la ciudadanía, que desvalida, es manipulada a través de tutelas gubernamentales y enclaustrada en el subdesarrollo político.
Este escenario de sometimiento social devela una mascarada de poder. Se ha hecho del Estado una maquinaria opresora, donde la democracia y su semántica han sido corrompidas y han dado paso al utilitarismo y al gatopardismo con el que se intenta legitimar el ejercicio de gobierno sobre la conciencia política cegada y relegada por el corporativismo populista.
En esta tesitura, el politólogo Leonardo Avritzer ha dejado en claro que existe un fenómeno de “elitismo democrático” cuando los partidos políticos utilizan a la democracia “exclusivamente como un conjunto de mecanismos pluralistas y competitivos para la selección de élites, lo que no sólo restringe las oportunidades de participación, sino que privilegia el rol de las estructuras institucionalizadas para dicha selección…”
La fenomenología de este elitismo político de la actual Administración Federal, presagia el peligroso tránsito histórico de la legitimidad al autoritarismo. Realidad que reclama de la sociedad civil y la sociedad política un nuevo esquema de praxis democrática, donde los partidos recobren la conducción social y la capacidad orgánica para contrarrestar las políticas de Estado, que han convertido a las instituciones y a los programas sociales en instrumentos y mecanismos de dominación.
Mientras la partidocracia experimenta confusión, el Presidente López Obrador tiene una certidumbre que pasma. Luis Rubio expresa al respecto: “Sobre lo único que no hay disputa es que el presidente está avanzando aceleradamente hacia una creciente concentración del poder. Cada paso que da y cada decisión que toma tiende a eliminar competencia, disminuir o neutralizar contrapesos y cancelar todas las fuentes de independencia que puede.”
En esta verticalidad política, el quehacer de un partido es vital en el desenvolvimiento de las fuerzas democráticas. Jamás puede ser contemplativo o comparsa del utilitarismo público, porque ello ha edificado la corrupción e impunidad, que hoy corroen como cáncer las entrañas de la transformación política de la Nación.
¿Qué explica el “elitismo democrático” de Estado, que hoy bajo la premisa de la transformación política, ha maniatado a los partidos y a la sociedad civil?
Una hebra de esta madeja pública empieza por la concentración del poder por MORENA, como movimiento político oscilante. Amenaza la coherencia de los partidos, en apoyo de medidas antidemocráticas o que violan el espíritu de la democracia representativa y avalan decisiones verticales o ajenas a los mandatos de la ciudadanía.
En este sentido, el peso de las decisiones en la democracia parlamentaria se han convertido en una pesada losa que aplasta a la partidocracia en oposición, cuestión que también coquetea con las pretensiones políticas individuales e individualistas de diputados, senadores y clase política, que erigidos en mercaderes de la democracia, carentes de conciencia política, hoy marginan la representación ciudadana para tratar que el vendaval político se convierta en rio revuelto, y con ello, obtener ganancia de pescadores.
La realidad es clara: la oposición partidista es comparsa del Estado, y lo que es peor, los intereses individuales se superponen a la conciencia democrática, por lo que el escaño, la curul o el puesto público sustituyen a la conciencia política y al recto proceder de un representante popular, que se debe al pueblo y al respeto al Contrato Social.
¿Qué les pasa a los partidos políticos que asemejan fantasmas en casas vacías?
La partidocracia en “oposición” da un triste espectáculo de sumisión política…, ha perdido la brújula de la organización y su imaginación gubernamental se constriñe a la reacción vehemente, pero carente de estrategia e inteligencia política. Es una realidad lamentable que amenaza a la sociedad con extraviar el rumbo de la democracia y del país.
La manipulación ciudadana se ha convertido en el veneno de la democracia. La quimera de la transformación, única vía de la Nación, se vende y representa como alternativa discursiva mañanera. El despertar se abre para construir cada día lo posible y lo imposible. Al margen de la racionalidad de los datos o del sustento científico de la política y la administración pública, se vive una omnipotencia nunca antes vista, con el peso de la inopia social más absoluta.
En esta cruenta realidad, la operación de la manipulación política frena la participación ciudadana; obstruye los mecanismos y acciones que debe impulsar la democracia representativa; y construye la tiranía de la mayoría parlamentaria, donde el peso de un partido vuelve vasallos a las demás expresiones políticas, creando una ínsula de poder donde el debate, la inteligencia y la sensatez, se sustituyen por la métrica de la mayoría.
La tiranía hegemónica que ejerce el lobby de presión de MORENA, ahonda el pesar ciudadano, que al carecer en la partidocracia de auténticos conductores sociales, ve decapitada su esperanza de hacer de la representación política el valor de su soberanía.
Todo indica que reclutamiento manipulado de los ciudadanos crea desigualdad política. Provoca que su participación sea ajena a la toma de decisiones, y profundiza la escisión entre la soberanía popular y la representación política parlamentaria; esta disociación espuria amenaza convertir al sistema político en una camisa de fuerza para el tejido social.
Llegó la era del “elitismo democrático” y del secuestro manipulado del espacio gubernamental.
Empero, no se puede trocar la conciencia política ni la conducción partidista, por una retórica de transformación nacional; hacerlo sacrifica la vitalidad democrática de la ciudadanía, neutraliza su voluntad en la toma de decisiones públicas y fractura la soberanía popular, al enclaustrar las acciones de gobierno y manipular las prácticas de parlamento abierto, para dar paso a un populismo ciego, que maneja el espacio público bajo una visión política parcial de la realidad de la Nación.
Como ciudadanos no podemos conformarnos con la letanía mañanera. No por mucho madrugar amanece más temprano. La exclusión de la soberanía popular por la tiranía de la hegemonía partidista, no debe ni puede sustituir nuestra conciencia. De lo contrario, el frío epitafio de la democracia adulterada, por amoroso que resulte, marcará el fin de la soberanía popular.
Agenda
- En el cobarde atentado contra la comunidad hispana en El Paso, Texas, EUA, murieron ocho connacionales. Este crimen, producto del discurso racista y xenófobo que alienta el odio y la respuesta de la supremacía blanca, exige del gobierno mexicano una nueva relación diplomática para prevenir este tipo de lamentables y dolorosos eventos.
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