El título de este artículo es el de una película del genial Igmar Bergman, de 1977, situada en Berlín en el período de entreguerras. En los entresijos de la descomposición social producto de la derrota de Alemania en la Gran Guerra, mientras las elites políticas habían pactado un arreglo político democrático que parecía ejemplar, se incubaba el embrión del nazismo. El empobrecimiento y el rencor, combinados en un cóctel explosivo con ideologías seudocientíficas y mitos históricos sin sustento real, fecundaron a la serpiente que provocaría la mayor tragedia de la historia de la humanidad.

La situación que vive México hoy es muy diferente a la de la Alemania de 1923, como lo son sus sociedades. No va a surgir aquí un movimiento supremacista como el de la Alemania de Hitler. La historia no se repite, ni como comedia. Sin embargo, algunos elementos de aquella descomposición social y estatal sí que están presentes en las concreciones específicas de nuestra realidad. Una organización estatal en crisis, cada vez más dependiente de su estamento militar, un encono social nutrido por la pobreza y la desigualdad, que se acrecienta por las condiciones críticas de la economía, han generado las condiciones para que la incipiente democracia sea aprovechada por los demagogos que se pretenden salvadores.

A estas alturas, tras tres años de Gobierno de López Obrador, es evidente que el actual Presidente de la República es un demagogo que se nutre del rencor social azuzado cotidianamente en sus peroratas mañaneras. Un rencor con causas profundas, pero que debería ser atemperado desde la política racional no solo desde el discurso, desde luego, sino con políticas públicas y reformas de gran calado, para disminuir las causas del descontento arraigado por siglos entre la mayoría de la población mexicana. López Obrador, por el contrario, lo que necesita es que ese rencor crezca y lo alimenta, porque le sirve para justificar sus actos más arbitrarios y en él encuentra el apoyo para justificar sus embestidas contra sus críticos, convertidos todos en enemigos del pueblo bueno, en privilegiados inicuos a los cuales se debe combatir implacablemente.

A pesar de las señales ominosas, sigo pensando que López Obrador será un fenómeno pasajero. Su coalición no tiene otra cohesión que su persona y a pesar de que se ha congraciado hasta el exceso con la cúpula militar, la fuerte institucionalización de la no reelección hace imposible su permanencia en el poder. Lo que vendrá será una crisis de sucesión de la que Morena, si sobrevive, no saldrá bien parada. Nada garantiza que el Presidente pueda definir su sucesión, a la manera de los presidentes de la época clásica del régimen del PRI. Sin embargo, el encono social y la polarización que ha hecho crecer difícilmente van a ser superados y pueden llevar a una solución de la crisis de sucesión que en lugar de restañar las heridas y abrir las puertas a un nuevo pacto social a partir del cual el país recupere el camino de las reformas hacia un orden social abierto y democrático, den paso a una reacción igual de demagógica, pero sustentada en el otro polo del rencor, el de los auténticos privilegiados.

El embrión viperino parece ya asomar su lengua por un orificio del cascarón. Se ha alimentado del propio discurso presidencial y reproduce sus tópicos. Esta misma semana, después de la andanada de la Fiscalía contra los integrantes del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, por diversos lados, incluso dentro de la misma academia, se comenzaron a oír las voces de quienes nos consideran a quienes hacemos trabajo intelectual y científico financiado con recursos públicos como parte de una elite que disfruta de privilegios inmerecidos. Los ecos de la Revolución Cultural maoísta se escuchan desde la izquierda, lo que evoca las imágenes de profesores empinados, tocados con sambenitos, siendo escarnecidos en público por sus desviaciones burguesas.

Pero desde el otro lado de la polarización, el de quienes desprecian profundamente al actual Gobierno, pero lo utilizan para seguir medrando, se aprovecha el clima de linchamiento para lanzar el ataque contra las universidades públicas, en un tono similar al surgido desde el bando oficial, pero que tiene en la mira a la educación superior pública en su conjunto.

Hace unos días, en los noticieros de Televisión Azteca se puso en marcha una campaña calumniosa contra las tres principales universidades públicas del país. Según los jilgueros al servicio del agiotista del Ajusco, los profesores de la UNAM, la UAM y el IPN nos hemos pasado desde marzo de 2020 cobrando sin trabajar y nuestros alumnos sin clases. Una mentira absoluta, pues las tres instituciones hicieron un gran esfuerzo para en muy poco tiempo reconvertirse a la enseñanza en línea. Para muchos profesores se ha tratado de un esfuerzo extra, que ha servido para superar sus limitaciones tecnológicas. A todos nos ha servido como un nuevo aprendizaje, que ha obligado a desarrollar nuevas prácticas de enseñanza gracias a las tecnologías de la comunicación . Desde luego que ha habido costos y que algunos estudiantes se han quedado al margen por culpa de la brecha tecnológica ampliada por la desigualdad, pero no hemos parado de trabajar y mal que bien el impacto de la pandemia se ha podido atemperar.

Pero para el magnate libertario, promotor de la covidiotez, pescador eficaz a río revuelto, quien ha tratado miserablemente a sus trabajadores durante la emergencia sanitaria, los profesores de las universidades públicas no somos sino una panda de zánganos que hemos estado año y medio sin cobrar. Él no va contra una casta beneficiada por las becas y los recursos creados por “el neoliberalismo” para paliar las precarias condiciones de financiamiento público a la investigación científica y tecnológica, que la Comisaria Álvarez Buylla pretende eliminar. Su objetivo va más allá: quiere dinamitar el sistema público de educación, en lo que coincide con el Fiscal Gertz, otro enemigo declarado de las universidades del Estado.

Lo alarmante es que el vendedor de electrodomésticos, el usurero que se ha enriquecido esquilando a los más pobres, no oculta sus intenciones políticas. Ya se promueve abiertamente como el nuevo salvador, él de los emprendedores, de los que le echan ganas. Ya sacó un libro con su ideario y ha dejado correr el rumor de su posible candidatura, mientras sigue aparentando cercanía con el Gobierno actual. A ver si no resulta que el exaltado de Palacio le tiende la alfombra a la versión nacional de Donald Trump.

Fuente: Sin Embargo