A partir del mes de junio de este año, el sistema federal de justicia penal va a experimentar una revolución cuyas consecuencias son aún difíciles de prever.
Dejaremos de utilizar el sistema inquisitorial, donde las personas acusadas son culpables hasta que se demuestre lo contrario, y pasaremos a otro, llamado acusatorio o adversarial, que sigue la lógica opuesta: las personas son inocentes hasta que la autoridad sea capaz de probar su culpabilidad.
La gran diferencia entre uno y otro sistema radica en que en el segundo las pruebas aportadas por la autoridad investigadora son la llave que abre y cierra la puerta de las prisiones.
Si las pruebas provocan duda razonable sobre la culpabilidad, el juez que sanciona está obligado a dejar en libertad a los presuntos delincuentes. El sistema de pruebas es, por tanto, clave fundamental en la lucha contra la impunidad.
En México este sistema de pruebas hoy es un desastre. La evidencia estadística dice que aquí la inmensa mayoría de los casos penales se resuelve con testimonios autoinculpatorios, muchas de las veces obtenidos bajo tortura.
También existe constancia de que las pruebas periciales suelen ser manipuladas para hacerlas cuadrar —de manera forzada e independiente de la realidad— con las acusaciones de la policía y los ministerios públicos.
La investigación criminal sobre la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa exhibe con nitidez ese deterioro gravísimo en el que se encuentra el sistema probatorio penal del país y, peor aún, es profecía sobre el desastre que está por venir, ahora que daremos entrada al modelo acusatorio previsto en los juicios orales.
Para ilustrar mejor esta reflexión cito aquí la declaración que el ex procurador Jesús Murillo Karam hiciera a mi compañero Ciro Gómez Leyva, quien la publicó en estas páginas la semana pasada:
“Yo sostengo que con la evidencia de los peritos de la PGR, que son excelentes, hay elementos para suponer que (en el basurero de Cocula) se pudo quemar (hasta) 2 mil personas… Son esas evidencias, más el testimonio de los detenidos, más las pruebas de ADN las que me dieron y me dan seguridad”.
De los tres argumentos, dos son débiles (ADN y testimonios) y el tercero sigue siendo cuestionable (la capacidad de incineración del basurero).
Primero, el resultado del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Innsbruck dice que ninguna de las nueve pruebas óseas o capilares recuperadas en el vertedero de Cocula corresponden a los perfiles de ADN de los estudiantes desaparecidos.
No hay cómo darle la espalda a esta conclusión. Resultaría increíble que los delincuentes hubieran incinerado los cuerpos en Cocula para luego desaparecer hasta el último vestigio celular de sus restos.
Segundo, las personas que rindieron testimonio autoinculpatorio —y que con ello habrían confirmado la quema de los cuerpos de los normalistas— dijeron haber sido torturados por la autoridad.
Así lo han confirmado los médicos legistas y, por tanto, tales testimonios no tendrían valor probatorio ante tribunales.
Tercero, dejan más dudas que certidumbre las desaseadas formas políticas que se siguieron en la presentación del último peritaje sobre la mecánica de fuegos relativa al basurero de Cocula.
Si de tres pruebas dos podrían carecer de validez y la tercera es de calidad dudosa, ¿qué sentencia va a emitir el juez sobre el caso criminal mexicano más sonado dentro y fuera de nuestras fronteras?
ZOOM: En febrero de 2015, para desestimar las opiniones que hubiera hecho el Equipo Argentino de Antropología Forense, la PGR envió un comunicado que a la letra decía: “De atender los argumentos (del EAAF) no se habría podido ejercer acción penal contra los autores de este trágico evento.”
La PGR tuvo entonces voz de profeta. Con la calidad de las pruebas presentadas por esa misma dependencia no había posibilidad de ejercer acción penal. Y tal como están las cosas, cabe prever que el juzgador responsable tampoco será capaz de imputar culpabilidad.
Todas son pruebas dispuestas para evitar que los responsables sean castigados por sus terribles y odiosos actos.
Fuente: El Universal