Fue a Rafael Segovia a quien le escuché este aforismo: “Cuando alguien no sabe distinguir entre la izquierda y la derecha, es que es inequívocamente de derecha”. Creo que el profesor Segovia acierta. Pero hoy, en México, resulta mucho más difícil distinguir a cuál de todas las izquierdas podría aludir el aforismo, sin perder la compostura. No sólo por sus orígenes diversos – úes  no es lo mismo ser un comunista, que un trotskista, que un socialdemócrata, etcétera -, sino porque las posturas de nuestra izquierda nacional son mucho más diversas y contradictorias que sus referentes.

Me parecería, por ejemplo, que la CNTE se proclamaba como izquierda y que basaba su propia identidad en dos principios: la defensa de la educación pública gratuita y del trabajo. Lo que me confunde ahora no está en la vigencia de esas reivindicaciones, sino en la forma en que sus actos contradicen la dignidad de esas ideas.

Siempre creí que la Coordinadora era la oposición al SNTE, precisamente por la manipulación que la dirigencia de este sindicato hacía del trabajo honesto de los profesores, de su uso más o menos cínico para beneficio de los líderes y de la ruptura de la legalidad a favor del privilegio. Pero hoy descubro, con tristeza, que me equivocaba: que el conflicto no estaba en la igualdad ni en la dignidad de los trabajadores, sino en la pugna por el control del mando sindical. Actitud que sólo alcanza, aun leída con buen ánimo, para una versión espuria de la dictadura del proletariado.

Por fortuna, sus dirigentes tuvieron al menos el buen tino de deslindarse de esa otra forma autoproclamada de izquierda que se autodenomina “los anarcos” y que, más bien, tiene todas las cualidades de la derecha más violenta., excepto por el nombre. Pero al mismo tiempo, nadie consiguió explicar con lucidez – ni siquiera entre sus aliados fidelísimos – por qué decidieron enfrentarse a López Obrador, en vez de sumar fuerzas en una agenda que podría haber sido compartida. De ahí mi conjetura: no quisieron prestarle el liderazgo de su movimiento porque no se trata de ganar el argumento sino de controlar a los trabajadores.

Por otra parte, el resto de la izquierda se encuentra dividida entre los movimientos que se oponen a cualquier reforma educativa, energética o fiscal y quienes – como Cuauhtémoc Cárdenas – han puesto una alternativa en la mesa. Pero en ese escenario fragmentado hay de todo: desde quienes se niega a cualquier impuesto adicional, así cargue a quienes tienen más dinero, o rechazan el incremento al déficit, igual que la derecha norteamericana, o piden la reducción del gasto público porque abjuran del Estado – como si fueran lectores austriacos de las ideas de Hayek –  o se oponen a cualquier tipo de inversión privada no por socialismo, sino por lealtad purísima al nacionalismo revolucionario. ¿Dónde está la izquierda en todos esos argumentos?

Buscando con ganas de encontrar, quizás la identidad rota de la izquierda mexicana esté hoy anclada en la pura negación.

En ese entorno, no les vendría mal a las izquierdas leer al recientemente fallecido  Marshall Bernan: en el capitalismo – decía ese autor espléndido – todo está destinado a desaparecer. No vaya a ser que, en un descuido, esta predicción alcance también a las izquierdas mexicanas.

Fuente: El Universal