El 2 de diciembre, en la sesión inaugural del 10º Seminario Internacional Corrupción y Política en América Latina, organizado por la Red por la Rendición de Cuentas, Mauricio Merino dio un discurso memorable dedicado a desmontar las mentiras presidenciales respecto a la complicidad y el silencio del CIDE con la corrupción de los gobiernos pasados. Merino se dirigió personalmente a Andrés Manuel López Obrador y le mostró, con las publicaciones en la mano, todo el trabajo de investigación y los estudios de académicos del CIDE no solo para evidenciar la corrupción, sino para proponer las reformas necesarias para desmantelar, desde sus raíces institucionales, ese terrible mal de nuestra vida pública, que el Presidente de la República ha convertido en cantaleta demagógica para atacar a sus enemigos, pero que sigue tan arraigado como siempre en la maneras de hacer las cosas de la política y la administración mexicanas.

Fue el CIDE, por iniciativa del propio Merino y del anterior director Sergio López Ayllón, el convocante, hace ya más de una década, cuando todavía era Presidente de la República Felipe Calderón, a la formación de la Red por la Rendición de Cuentas, como una organización de segundo piso que agrupara a organismos públicos y a organizaciones de la sociedad civil para proponer políticas y reformas institucionales que hicieran cada vez más transparente y responsable al Estado mexicano, con mecanismos eficaces que elevaran sustancialmente el precio de la corrupción en un país que vive el fenómeno en todos sus niveles de decisión.

El argumento presidencial de la complicidad y la derechización del CIDE, como justificación de su andanada destructiva contra el pequeño centro público de investigación, quedó expuesto por Merino como una más de las añagazas que López Obrador les pone a sus seguidores, ávidos de chivos expiatorios de los males nacionales. La paparrucha repetida de que se trata de una cueva de neoliberalismo se desmorona cuando se exhiben las evidencias de la pluralidad y el rigor del trabajo de su claustro académico, integrado por mujeres y hombres con sólidas formaciones profesionales y constantemente evaluados en sus desempeños por comisiones dictaminadoras integradas por pares.

Ya antes he escrito en defensa del CIDE, donde tuve una generosa recepción como profesor visitante durante mi último sabático de la UAM. Participé entonces, entre 2014 y 2016, en el Programa de Política de Droga, único en América Latina y diseñé y dirigí el diplomado sobre el tema que atraía año con año a estudiantes de toda la región a discutir las alternativas a la prohibición de las drogas con el enfoque puesto en la salud y los derechos humanos, pero que en 2022 ya no se llevará a cabo, como resultado del desmantelamiento del fideicomiso a través del cual se canalizaba el financiamiento externo que lo hacía posible. Lo que encontré en el CIDE fue una multiplicidad de visiones, la mayoría de ellas claramente preocupadas por la desigualdad y la injusticia, que dedicaban su trabajo a la búsqueda de nuevo conocimiento para enfrentar los problemas nacionales, siempre sustentando sus propuestas en evidencia, no en retóricas ideológicas huecas y en animadversiones irracionales, frecuentes en otros ámbitos de la academia mexicana.

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