Tienen razón, sí hay una conspiración en su contra. Es la conjura, el complot, la colusión de muchos que se han ido inspirando y contagiando. No es una mera cacería de brujas, lo que se trama es derrocar las costumbres, los modos, la cultura y las instituciones que han normalizado la corrupción en México.

Se equivoca el ingenuo que quiere suponer la existencia de una mente maestra detrás de la revuelta. Ocurrió que los astros se alinearon a favor de la sedición simultánea de los muy distintos.

La sociedad agraviada y algunos medios influyentes, la cúpula empresarial y decenas de organizaciones, voces de la academia y de otros individuos que son escuchados desde el extranjero.

Todos son artífices de la gran conspiración. Por eso es que semana a semana se acumulan expedientes denunciando a un gobierno muy desaseado.

Han producido escándalo los casos que vinculan al Presidente y su secretario de Hacienda con la asignación arbitraria de obra pública y el conflicto de interés. Pero también la oposición ha sido herida por el rigor de esta revuelta. La Línea 12 del Metro, en el Distrito Federal, y el hurto descarado en Guerrero han tocado fatalmente al PRD.

Meses antes, el caso de Oceanografía y también la impunidad que el PAN regaló a la líder magisterial Elba Esther Gordillo dieron prueba de que tampoco en el costado derecho hay probidad.

Por obra de estos expedientes —arma primera de La Gran Conspiración— la clase política mexicana se halla en su momento de peor devaluación. Nada indica que la caída en los precios del gobernante vaya a estabilizarse pronto. Antes se regularizará el valor del crudo que el de quienes hoy se dedican a la política.

En revancha crecen los incentivos para los conspiradores. La prensa nacional y también la extranjera están dedicando recursos grandes para investigar cuanta pieza de información llega a sus redacciones.

En lo que toca a la lista de escándalos mediáticos por estallar nos hallamos apenas en las faldas del volcán. Es imparable el ánimo de los reporteros que quieren formar parte de esta escalada de denuncia. Saben que habrá medallas para quien haga mejor su trabajo y los más profesionales ya compiten.

De su lado los empresarios han anunciado una participación activa en la conspiración. Dijeron que se impedirán a sí mismos el cohecho para poder reclamar con rudeza cuanto acto corrupto haga erupción.

Mientras tanto, las elites gobernantes —sin remedio divididas— están también colaborando con la revuelta: ¿Cuántos de los casos célebres se gestaron primero en la oficina de un político poderoso?

Para fortuna de México, el pacto de impunidad que solían regalarse los líderes políticos —sin distingo de origen partidario— está fracturado. Es notable el incumplimiento que enfrenta el contrato entre las mafias que ayer se repartían el barrio.

Todo ocurre mientras la inmensa mayoría de la población se halla hasta la coronilla del robo y el abuso. Ya nadie se compra eso de que la corrupción es un mal cultural del que todos somos por igual responsables.

Dicta una de las consignas de esta revuelta que las escaleras deben barrerse de arriba hacia abajo.

A diferencia de otros momentos de hartazgo, desde la sociedad se ha formulado una solución —una gran reforma anticorrupción— que se encuentra ya en el Congreso y podría significar el parteaguas para volver patrimonio público al Estado y sus instituciones; para que ese bien tan fundamental que es la ley deje de ser propiedad que beneficia a unos cuantos.

ZOOM: Todos, menos los marineros, se echaron al mar… el hijo del rey fue el primero en lanzarse, gritando: “¡El infierno está vacío! ¡Aquí están los demonios!” La Tempestad, William Shakespeare.

Fuente: El Universal