1.— Es verdad que no estamos habituados a la exposición pública de los conflictos. Pero esa carencia no obedece solamente a los defectos de nuestra cultura, sino a la falta de salidas institucionales —a un tiempo claras, eficaces y confiables— para resolverlos. En el pasado autoritario, los conflictos se zanjaban con métodos biológicos: el pez grande se comía al chico. Pero en nuestros días, esa solución resulta inaceptable. De modo que los conflictos se vuelven callejones sin salida. En el frágil entorno democrático en el que vivimos vuelve a ser cierto el aforismo autoritario de Gonzalo N. Santos: “La mejor forma de resolver cualquier problema es no plantearlo”.

2.— Pero una vez planteado, lo que salta a la vista es la necesidad de crear salidas institucionales. Las diferencias personales que estallaron entre las y los comisionados del IFAI no responden solamente a las antipatías o el encono acumulados, sino a la falta de medios para evaluar de manera sistemática y pública el trabajo realizado por cada uno de ellos. En general, los cuerpos colegiados que dirigen varias de las instituciones públicas más relevantes del país carecen de recursos para contener los errores o las desviaciones individuales de sus integrantes, para evaluar su desempeño y para corregir a tiempo sus defectos.

3.— Esos problemas también responden al origen de las designaciones. Cobijados en el supuesto de que los cuerpos colegiados son mejores que los puestos de responsabilidad individual, y en el argumento de la legitimidad ciudadana que los ha ido protegiendo, poco a poco se ha olvidado que sus integrantes son seres humanos con ambiciones, intereses, defectos y virtudes, y no ciudadanos impolutos y ajenos a las tentaciones de la vida pública. De aquí que lo fundamental no sea buscar individuos intachables, sino profesionales expertos en las materias de las que se ocuparán, con trayectorias y conocimientos probados, a través de procedimientos transparentes y verificables. Las entradas a esos puestos por la vía de la recomendación política o de la cercanía y la amistad personal con el poder, acaban convertidas en conflictos potenciales.

4.— Los errores también se perfeccionan. Tras el falso supuesto de la imparcialidad ciudadana y democrática de quienes integran los cuerpos colegiados está el de creer que la mejor forma de decidir quién ha de presidirlos es el voto igualitario entre sus miembros. Como muestra el caso del IFAI, los incentivos perversos de esa fórmula pueden acabar en la ruptura. Es mucho mejor que el nombramiento de la presidencia de esos órganos sea completamente externo. La cohesión interna de los grupos colegiados encuentra una amenaza en la selección de un primus inter pares.

5.— Se comete otro error al equiparar las tareas de dirección con las funciones específicas que desarrollan quienes pertenecen a esos cuerpos colegiados. Y más aun, cuando éstos realizan tareas equiparables a las de un tribunal. Dirigir una institución pública y resolver recursos jurídicos son dos especialidades diferentes. Y si ya hay un defecto original al nombrar en esos cargos a quienes carecen de trayectorias plenamente acreditadas en las materias que resolverán, se añade otro al suponer que tendrán competencias para dirigir con éxito, gracias al único argumento de los votos obtenidos entre sus colegas.

6.— Tampoco es cierto que un error indiscutible se resuelva con la repetición idéntica de los medios y de las razones que llevaron a cometerlo antes. Cambiar a los comisionados del IFAI para poner a otros, sin modificar el procedimiento de la designación ni establecer métodos de evaluación individual, ni medios para sancionar desempeños deficientes, ni ventanas bien abiertas para la vigilancia pública, no conducirá más que a abrir otra oportunidad para volver a designar amigos, pagar cuotas partidarias y producir nuevos conflictos posteriores.

7.— Por último, nunca hay que olvidar que las instituciones no se salvan solas, ni a golpe de reformas a las leyes. Las personas importan tanto como las reglas acordadas. Y en este caso, lo fundamental es rescatar el prestigio bien ganado y la excelente trayectoria del IFAI, y no convertirlo en un nuevo territorio de conquista.

Publicado en El Universal