El presidente de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (CONASAMI), Luis Munguía, a finales de mayo, en un foro virtual -refocilado- dijo que el concepto de salario mínimo “está asociado a la precariedad a pesar de que actualmente los trabajadores que están en el rango de salario mínimo pueden estar ganando mejor que antes”, como si percibir el mínimo ya fyera sinónimo de “bienestar”.

Aquí hay cuentas muy mal hechas y, dada la importancia del asunto, es necesario volver a aclarar.

Los aumentos del salario mínimo que decretó el gobierno de López Obrador desde finales de 2018, 2019, 2020 y 2021, han roto una tendencia increíblemente cruel, que desde hace 35 años suponía, mantener aplastados a los mínimos: aumentar, acaso, lo que indica el promedio de la inflación. Muy bien. De esa suerte, el mínimo nacional se ha recuperado un 61 por ciento real, para encaramarse de 86.3 en 2018, a los 172.87 pesos diarios. Descontando los efectos de la inflación.

¿En que se traduce? En que el trabajador que gana el salario mínimo puede comer lo indispensable y a su vez, dotar de lo indispensable a un dependiente. Hablamos aún de sueldos de hambre, de ingesta calórica, es decir, de prercariedad. Aún y con los avances cacareados por la autosatisfecha CONASAMI, al trabajador que gana el mínimo, le sobran 41 pesos ¡para todo lo demás! Transporte, gas, luz, renta, ropa, etcétera, lejos, muy lejos de la canasta no alimentaria del CONEVAL y suponiendo que sólo se hace cargo de una persona, no de una familia, como manda la Constitución.

Pongamos el festejado avance mexicano en perspectiva comparada. El salario mínimo empujado arriba por esta administración, representa 516 dólares al mes (precio ajustado a paridad de poder de compra en abril de 2022). Un nivel inferior al de El Salvador (640 dls), al de Chile (883 dls), al de Costa Rica (978 dls) y por supuesto al de Estados Unidos (2,400 dls) ¿alguien quiere saber las razones por las cuales nuestro país ha vuelto a ser nación expulsora y migrante? Pues vean esa diferencia salarial ¡con todo y López Obrador, estamos debajo de El Salvador y de casi toda Centroamérica!

La disciusión económica nacional, debe volver a asimilar ese hecho, expulsado por el sentido común neoliberal: el salario mínimo constituye un precio tan importante como la tasa de interés, el tipo de cambio o el precio del barril de pétroleo. Es una referencia fundamental en el mercado de trabajo que provocan eso que los economistas llaman “efecto faro”: muchas otras decisiones salariales, le siguen. De modo que un mayor salario mínimo empieza a empujar, a arañar o capturar otros pisos salariales que estaban apenas arriba de él. Para ilustrarlo: en 2017 un empresario me dijo “yo pago más que el mínimo”, y en efecto, pagaba 30 pesos arriba, pero si el decreto para el ascenso del salario mínimo es de 40 o 50 pesos, su benevolencia se desvanece en el aire y su oferta de “pagar más allá del mínimo” debe tornarse más seria y más alta.

No hay política salarial. Hay anuncios verticales y rimbombantes dentro de la misma, vieja, estructura corporada de la CONASAMI, con una competencia técnica al servicio de la autocelebración.

Va siendo hora que este tema se asuma en toda su importancia, se argumente frente al pasaje inflacionario y recesivo en el que nos encontramos, y que asumamos que los programas sociales palidecen (todos) frente al hecho oceánico de que 63 por ciento de mexicanas y mexicanos viven de su trabajo diario y que en ellos, 20 millones, ganan hoy, uno o muy cerca de un salario mínimo. Pocas cosas más relevantes, debemos discutir, digo yo.

Fuente: Crónica de Hoy