Cuando una crisis económica es lo suficientemente profunda (y la que hoy vivimos está lista para batir récords), toda la sociedad pierde. Pero no todos pierden por igual. Ni, sobre todo, todas las pérdidas conllevan el mismo riesgo.

Para algunos, las pérdidas pueden ser particularmente profundas en el pico de la recesión: pensemos en un empresario o un autónomo que tienen que cerrar; o en un trabajador asalariado con contrato fijo y buen salario que es despedido. Pero las pérdidas a las que se enfrentan ambos grupos son en su naturaleza relativas: normalmente, parten de una posición de cierta seguridad por ingresos y ahorros (renta y riqueza). Es posible que si el golpe es lo suficientemente duro se acerquen al abismo, pero además es que disponen de más herramientas para apartarse de él una vez pase la crisis. Educación, contactos y redes de apoyo están disponibles para ellos una vez sea posible reemprender el camino truncado. La crisis no será neutra, y quedarán cicatrices importantes en su carrera (y en su vida). Pero la profundidad de las mismas será significativamente menor a la sufrida por otras personas.

Porque si uno parte de un punto más bajo en la escala de ingresos es posible que tenga menos que perder, pero su distancia del umbral de peligro (la pobreza) es mucho menor. Además, la probabilidad de que disponga de todas esas palancas para levantarse tras haber caído también lo es.

Nuestra política se hace con una presencia desproporcionada de clases medias y acomodadas en el debate: influencia, movilización, plataformas organizadas, redes sociales… Pero quizás ahora es el momento de reequilibrar la balanza, enmendando las consecuencias de este sesgo: en España, donde ya se jugó este juego macabro entre 2009 y 2014, incluso las caídas relativas son mayores para quienes menos tienen: en aquella crisis, el 10% de hogares con menor renta perdió un cuarto de sus ingresos agregados, mientras que los sectores medios se dejaron una décima parte. Los más vulnerables de nuestra sociedad pueden sufrir así una triple penalización durante la presente crisis: relativa, absoluta y en su riesgo futuro. Sería de justicia (social, redistributiva) que las nuevas medidas que se aprueben para protegernos del nuevo abismo, como el ingreso mínimo vital que se está gestando, les tengan en el centro de su diseño, independientemente de quién alce más la voz.

Por: Jorge Galindo

Fuente: El País