El voto sí cuenta: una vez más, la jornada electoral del 7 de junio ratificó esta lección que algunos todavía se resisten a comprender. Cuando la gente sale a votar, los resultados electorales sorprenden a propios y a extraños. En la noche del domingo pasado —como en el año 2000— el común denominador de los analistas fue la perplejidad (anudada con lugares comunes). Contra viento y marea, se instalaron casi todas las casillas electorales, el INE volvió a acreditar su capacidad de organización y cerca de la mitad de los ciudadanos optamos por ejercer nuestro derecho a elegir.

Los aparatos políticos son muy poderosos y mostraron sus músculos. Pero no tanto como para detener la fuerza electoral de los ciudadanos, ahí donde éstos tomaron la decisión de cambiar el status quo a través de las urnas. Cinco mudanzas partidarias de nueve gubernaturas en juego y la derrota del PRD en el DF hablan por sí mismas: los gobernadores de los estados pueden ejercer una enorme influencia, pero son más poderosos los votos que los castigan o que se organizan en torno de preferencias distintas.

En este sentido, la noticia internacional —y la novedad absoluta de este proceso— es el triunfo del candidato independiente en el gobierno de Nuevo León. Escribo “independiente” porque esa fue su denominación legal, aunque en realidad el éxito del Bronco representa la posibilidad de derrotar a los partidos registrados mediante la conformación de una coalición política capaz de enfrentarlos, abanderada por una candidatura mediática. En esa coalición se reunió una buena parte de la clase política desplazada del PRI y del PAN, un amplio grupo de empresarios locales y el periódico de mayor influencia en la zona. A despecho de sus caballos, El Bronco no es el “Llanero Solitario” sino la cabeza de una nueva forma de organización política capaz de ganar elecciones. No es un partido formal, pero tampoco es un individuo aislado.

Esta novedad electoral de 2015 se enfrentará en 2018 —esta es mi conjetura— con la inconformidad recuperada a través de Morena y su líder indiscutible. Así que concluida la jornada del domingo pasado, la política mexicana se alinea ya para disputar las siguientes elecciones presidenciales en cuatro esquinas: los debilitados partidos de la oposición habitual, que intentarán regresar para la siguiente batalla; AMLO, cobijado por su casa recién estrenada; la o las coaliciones independientes que quieran desafiar al sistema; y, por supuesto, el PRI y su palafrenero.

Por último, las elecciones del domingo pasado también nos dejaron como secuela el triunfo refrendado del régimen, por buenas y por malas razones: por las trampas del Verde, por la maquinaria de los programas sociales y las clientelas políticas, por la gente que prefirió hacerse a un lado —por abstención o por el equívoco voto nulo— y, también, por convicción personal. Con todo, el hecho político irrefutable es que la coalición del gobierno controlará la Cámara de Diputados por los siguientes tres años y que, en ellos, las “reformas estructurales” dejarán su sitio a las posiciones más cautelosas y al control de las riendas del mando. No es improbable que el Panal cobre las facturas de su lealtad a través del SNTE —como en los viejos tiempos—, ni que el Partido Verde celebre bacanales al lado del PRI.

En suma, el voto sí cuenta. Y volverá a contar en la próxima ronda, cuando espero que las lecciones tomadas en este 2015 se hayan sedimentado en la conciencia de la gran mayoría de los electores, para despejar las dudas y los despropósitos generados en torno de la importancia de salir a votar, de elegir seriamente entre las opciones anotadas en la boleta y de hacernos cargo de las consecuencias tangibles que tiene para nuestra vida en común ese simple y poderoso ejercicio de poner una equis en el lugar adecuado.

Fuente: El Universal