La historia es muy conocida: en 1994, el periodista Dan Baum consiguió entrevistar a John Ehrlichman, quien había sido el principal asesor de Richard Nixon para cuestiones de política interna desde la campaña presidencial de 1968 y continuó en el equipo de la Casa Blanca desde 1969 hasta que fue acusado por conspiración en el caso Watergate, por lo que acabó prisión, poco antes de que aquel escándalo histórico acabara provocando la única renuncia de un Presidente en la historia de los Estados Unidos. El interés de Baum era indagar cómo fue que los Estados Unidos se habían entrampado en una política prohibicionista de las drogas, que había generado tanto sufrimiento y tan pocos resultados.
El viejo zorro de la política, embarnecido y con una barba montañesa que lo hacía apenas reconocible veinte años después de su trágico protagonismo en uno de los episodios más sórdidos de la historia norteamericana, enfrentó el cuestionamiento con una franqueza abrumadora:
“¿Quieres saber de qué se trataba realmente todo aquello?, preguntó con la franqueza de un hombre que, después de la desgracia pública y un tramo en una prisión federal, tenía poco que proteger. La campaña de Nixon en 1968, y la Casa Blanca de Nixon después de eso, tenían dos enemigos: la izquierda pacifista y los negros. ¿Entiendes lo que estoy diciendo? Sabíamos que no podíamos ilegalizar el hecho de estar en contra de la guerra o el ser negro, pero al hacer que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego criminalizar a ambos fuertemente, podríamos perturbar esas comunidades. Podríamos arrestar a sus líderes, asaltar sus casas, interrumpir sus reuniones y difamarlos noche tras noche en las noticias de la tele. ¿Sabíamos que mentíamos sobre las drogas? Por supuesto que sí ” (Harper´s Magazine, abril de 2016).
Así, el simple hecho de estar en posesión de una pequeña cantidad de una droga prohibida comenzó a usarse como subterfugio para acosar y detener a los adversarios políticos de aquel gobierno tenebroso. Pronto, las policías de todo el país se dieron cuenta de lo útil de aquel pretexto para poder detener a sospechosos de delitos más graves sin tener que presentar pruebas sólidas y también se convirtió en el instrumento de acoso de las comunidades afrodescendientes por parte de los agentes de la ley blancos, una vez que la Ley de los Derechos Civiles había abolido las leyes de discriminación racial en los estados del Sur, conocidas como Leyes Jim Crow.