Por: María Marván

Cuando mi padre se hizo viejo perdió parte del oído y mucha paciencia. Un día en la merienda, mi madre lo increpaba a propósito de cualquier cosa. Él se llevó la mano atrás de la oreja y con todo descaro bajó el volumen a su aparato para la sordera. Con mirada socarrona y sonrisa cómplice volteó a ver a mis hijos, que tendrían a lo más ocho y diez años, y les dijo con sabiduría de abuelo: “Apréndanlo: una sordera bien administrada vale más que una hacienda”.

La primera semana del año estuvo en México el secretario general de la OCDE, José Ángel Gurría. Presentó el informe bianual sobre la economía mexicana. Un diagnóstico realista que, desde la perspectiva de su modelo de desarrollo, reconoce aciertos y advierte riesgos.

La primera parte de su discurso, la más corta por cierto, estuvo colmada de alabanzas a México, en particular al inicio del gobierno de Peña Nieto. Habló por supuesto de la oportunidad e importancia de las reformas estructurales aprobadas en 2013 y 2014. Aseguró que éstas podrían (sí, en condicional)  impulsar el desarrollo económico del país. Hizo hincapié en la forma admirable en la que se construyó el consenso de todas las fuerzas políticas. El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, sentado a su derecha, sonreía satisfecho cual escolar en la primaria que recibe el premio para el alumno más aplicado.

Pasó del reconocimiento a las recomendaciones. Vinieron las condicionantes del posible desarrollo. Las reformas son prometedoras, pero su debida implementación exige hacer frente a debilidades sistémicas. Es indispensable el fortalecimiento del Estado de derecho. Desdobló esta afirmación en preocupaciones específicas, por un lado planteó la necesidad de reducir tanto la desigualdad como la informalidad en la economía; de los países miembros de la OCDE, México está entre los peor calificados en ambas materias. Con respecto a la informalidad vamos por buen camino, hace dos años la informalidad era de 60%, ahora es sólo de 54 por ciento. A pesar de que sigue siendo muy alta, el punto de inflexión es una buena noticia, se han tomado medidas correctas hacia la formalización, hay que seguir por el mismo camino, pero apurar el paso. Hasta ahí la sonrisa de Videgaray continuaba siendo amplia.

Después entró a temas mucho más espinosos. Habló clara y directamente de la corrupción como un problema central que impide el desarrollo del país. La falta de justicia, la poca certeza en las leyes y reglas, la urgente necesidad de mejorar los tribunales en México. No se refería a las cuestiones penales sino a los conflictos económicos, la falta de procedimientos claros y expeditos, que son un lastre para el desarrollo. Hace daño no tener policías confiables, sin ellas no podrá mantenerse el orden ni siquiera en las cuestiones más nimias. Cual decimonónico positivista sentenció: sin orden no habrá progreso.

De acuerdo con el informe de la OCDE, la falta de transparencia en las licitaciones y en el ejercicio del gasto público son problemas que México debe atender a la brevedad. Es necesaria una solución integral, empezar por la prevención, atacar los hechos con investigaciones serias y sancionar a quienes hayan sido culpables. No debería importar el rango ni el nivel de gobierno. No lo dijo, pero yo sí lo pensé, es indispensable que el consenso logrado para las reformas del inicio del sexenio sea igual o mayor para echar a andar un verdadero Sistema Nacional Anticorrupción.

La corrupción, la falta de transparencia, la desigualdad económica, no son sólo un problema político, moral o ético, que lo son, según reconoció Gurría, son fundamentalmente un problema económico. Volteó a ver en este momento a Videgaray haciéndole un guiño, le hablaba en el único idioma que parece entender, subrayó en más de una ocasión: no habrá crecimiento si no se atienden estos problemas, las reformas estructurales de poco o nada servirán si no se implementan bien, y para ello hay un solo camino: fortalecer el Estado de derecho.

El secretario de Hacienda recibió gustoso los reconocimientos; de todos los problemas mencionados habló de la informalidad en la economía, subrayó que ya estamos en vías de solucionarlo. Acusó recibo sobre el problema de la desigualdad económica,  y acotó: el Presidente ya ha ordenado generar las zonas económicas especiales.

A partir de que el secretario general de la OCDE empezó a hablar de transparencia y corrupción, Videgaray cerró sus oídos. Posiblemente consideró que estaba en Hacienda gracias a la administración eficaz de su sordera. En su discurso de respuesta no se atrevió siquiera a pronunciar “debilidad del Estado de derecho”.

Mala consejera es la sordera o la ceguera selectiva en la política. El último trimestre del año pasado en México comprobamos de manera brutal que acallar un problema, impedir que éste salga en la prensa, lejos de contribuir a la solución, acelera el proceso de descomposición. Ya no hay sordera que alcance para 43 desaparecidos o una Casa Blanca y otra en Malinalco.

                *Investigadora del IIJ de la UNAM

                Twitter:@MarvanMaria

Fuente: Excélsior