Argentina es cada vez más un país acostumbrado a vivir de manera muy particular. Los argentinos han desarrollado una capacidad innata para vivir con una inflación de alrededor del 30%, la segunda del planeta después de Venezuela. No parece un problema grave y no desgasta la imagen del Gobierno, aún bien valorado en las encuestas sobre todo si se tiene en cuenta que lleva 12 años en el poder. Los ciudadanos se han acostumbrado a vivir también prácticamente sin datos oficiales respetados por todos. Mientras el Gobierno dice oficialmente que la inflación es del 15%, acepta subidas de salarios del 27%, reconociendo que este último dato es el real. O no.
La presidenta, Cristina Fernández, asegura que la pobreza está por debajo del 5%, pero varios organismos, entre ellos la Iglesia, la sitúan por encima del 20% o del 25%. Ni siquiera los datos del crecimiento, exportaciones o paro son aceptados por todos. Los propios trabajadores del Instituto Nacional de Estadística (INDEC), hartos del control político, rodean el edificio cada mes para denunciar la situación. Este mes han cumplido su abrazo número 100.
La situación de la intervención de los datos oficiales empezó hace ocho años y ha vivido momentos cumbre. Hace dos años, el INDEC llegó a decir oficialmente que con seis pesos al día de entonces, equivalente a un dólar, una persona podía comer en Argentina. Todos sabían que era y es imposible. “Era tan ridículo que dejaron de medir la pobreza porque nadie les creía. Desde entonces no hay dato oficial de pobreza. El 5% es el último que se hizo en 2013 y era irreal, nosotros hemos hecho un cálculo con una canasta de la compra conservadora y nos sale 25,1%”, explica Raúl Llaneza, secretario del sindicato que agrupa a los trabajadores del INDEC que exigen recuperar un tratamiento profesional de los datos. El Gobierno desplazó a los jefes de servicio que hacían las estadísticas para reemplazarlos por personas de confianza que sacan los nuevos datos, en los que nadie confía…
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