Algunas diferencias son obvias y ampliamente conocidas. Otras no tanto y vale la pena ponerlas en perspectiva. Por población, tamaño y riqueza Brasil y México han sido los dos grandes líderes de América Latina y, aun sí hay coincidencias que les estrechan con fraternidad, es inocultable que también la relación histórica entre ambos países tiene a la rivalidad como materia nuclear.
Primero el lugar común: mientras a México lo conquistaron los españoles, a Brasil los portugueses y la relación de ambas colonias con su respectiva metrópoli fue muy distinta. Ante los ojos de la corona portuguesa no había otro territorio que despertara más orgullo. En cambio, en la casa de los Austrias y luego de los Borbones los hijos fueron muchos y todos aportaron grandes satisfacciones. En consecuencia, la Nueva España fue consentida pero no mereció trato de hija única.
La manera como ambas sociedades se independizaron de Europa también fue divergente. Mientras en México la guerra por la autodeterminación fue larga y cruenta, los brasileños gozaron de un tránsito más acolchado ya que Pedro IV de Portugal abandonó su tierra de origen para migrar a su colonia y ahí se declaró Pedro I de Brasil.
Este hecho trazó caminos opuestos para la infancia de una y otra nación. En concreto, para México que sufrió un siglo XIX marcado por el desgarramiento, la fragmentación, la mezquindad y la derrota.
Acaso aquel primer momento explica porqué la Nueva España no llegó unida al siglo XX y en cambio Brasil sí mantuvo intacto su trazo original. Igual ayuda a entender porqué entre cierta elite brasileña siguen palpitando las ganas imperialistas, mientras que en México tal deseo quedó enterrado, primero con Iturbide y fatalmente con Maximiliano de Habsburgo.
No obstante, las dos naciones tienen a la arrogancia como denominador común. Suelen asumirse superiores al resto de los países latinoamericanos. Una suerte de hermano mayor obsesionado consigo mismo y desdeñoso de la cotidianidad familiar que ocurre a un lado suyo. Desde Guatemala y hasta el extremo de la Patagonia hay una identidad poderosa y sin embargo brasileños y mexicanos pueden pasar de largo porque viven concentrados en sus propios dilemas.
Uno de ellos, por cierto, su mutua rivalidad. Para muestra, la reciente declaración del ex presidente Luiz Ignacio “Lula” Da Silva: “Me fui a enterar y todo (en México) es peor que en Brasil … fue presentado como la gran novedad del siglo XXI y no es la Nación en ascenso, en cambio Brasil se perfila para ser la quinta mayor economía del mundo.” De manera elegante, pero un tanto hipócrita, el actual jefe del Estado mexicano le respondió: “con gran respeto, no estamos en competencia, cada quien ha seguido su ruta propia.”
Peña Nieto no tiene razón en lo primero y sí en lo segundo. Brasil y México están en competencia cuando de atraer inversión extranjera se trata y también a la hora de construir un liderazgo internacional influyente para el siglo XXI.
Con respecto a las diferencias en la ruta, hay aciertos y errores que bien valdría pena conversar con calma. Por lo pronto – mirando a los brasileños – en México tendríamos mucho de que arrepentirnos por nuestro encerramiento de la última década. Mientras ellos decidieron abrirse al mundo y participar en una política latinoamericana intensiva, a nosotros se nos ocurrió la peregrina idea de identificarnos solo con el Norte, al tiempo que extraviamos sentido de realidad.
Otro tema aleccionador es la manera como Brasil logró armonizar, sin discusiones ideológicas ociosas, su lucha contra la desigualdad y los principios más rentables de la ortodoxia económica. Es envidiable también la unidad de propósito que tienen las élites gobernantes brasileñas y su coherente desempeño en la narrativa internacional.
En contraste, bien haríamos los mexicanos si – tomando a los brasileños como mal ejemplo – aprendemos a marcar distancia con nuestra propia arrogancia.
No soy de los que cree que el futbol sirva como código para descifrar e interpretar las pugnas culturales entre dos naciones. Y sin embargo, me será difícil presenciar el partido del próximo martes sin agregar a la emoción de cada pase y cada jugada, alguna de los argumentos que hoy se me colaron en este texto.
Fuente: El Universal