Esta semana recibí una amenaza de muerte. Vía Twitter, un fulano me condenó a mí y a un selecto grupo de personas a la misma suerte que sufrió el general Miguel Miramón frente al pelotón de fusilamiento. Este líder del movimiento conservador del siglo XIX fue ejecutado en el Cerro de las Campanas de Querétaro junto a Maximiliano de Habsburgo. Otros colegas de la prensa y los medios electrónicos toman estas píldoras de odio con estoica normalidad, como si recibir invectivas fuera una consecuencia inevitable del trabajo de pensar en voz alta.
Enrique Krauze nos alertó en estas páginas sobre la narrativa de la cizaña donde todo adversario se torna en un enemigo. Un debate sobre políticas públicas degenera en una controversia donde se mienta la muerte. Dudo mucho que la referencia amenazante sobre Miramón tenga alguna relevancia ominosa sobre mi propio destino, pero creo que la saña tuitera sí es un reflejo del nivel de polarización que sufre México. Defender las evidencias que explican la reforma energética te convierte a los ojos de algunos en un “insecto apátrida”. Pemex y el petróleo fueron, precisamente, las musas del rencor que inspiraron la desafortunada referencia al general fusilado.
Mañana, el presidente Peña Nieto firma la aprobación de las leyes secundarias que completan la reforma energética. Es una ocasión histórica, pero ojalá que el discurso presidencial sea más prudente que triunfalista. Se ha logrado mucho, pero todavía falta lo más difícil de hacer. Ya se modificó la Constitución y se reescribieron las leyes, ahora lo que queda es cambiar la realidad de un país donde muchos millones de personas tienen pocas opciones de salir adelante.
Benito Neme, el director de Capufe, nos enseñó que un burócrata incompetente puede ser capaz de trastornar el tránsito masivo de personas y bienes por las principales autopistas del país. ¿De qué sirve invertir miles de millones en infraestructura de carreteras si la torpeza operativa o la corrupción pueden hacer de cada caseta de cobro un gigantesco estacionamiento? Pensar que el desafío de la reforma energética termina este lunes con la proclamación de las leyes secundarias equivale a suponer que ser compadre del Presidente es suficiente requisito curricular para administrar la red carretera del país. El PRI ganó la Presidencia con el argumento de que sabían gobernar mejor que los panistas. En el poder, los blanquiazules demostraron que el PRI no tenía ningún monopolio sobre el estigma de la corrupción. Ahora, con el asunto de IAVE y las carreteras, los priistas nos enseñan que nadie es el dueño absoluto de la torpeza ejecutiva.
Dejemos a Capufe y volvamos con el tweet del general Miramón. ¿Hay una cura contra ese odio colectivo? ¿Una sociedad puede vacunarse en contra de la polarización política? No hay antídotos fáciles, ni de corto plazo contra estas fobias colectivas. Sin embargo, me queda muy claro que hay un gigantesco arsenal de pólvora para empeorar las cosas.
México es un mosaico de desigualdades. Hay desigualdades en el ingreso, las oportunidades, el acceso a derechos básicos e incluso en el promedio de vida. Sin embargo, la desigualdad que más ofende y lacera es la asimetría ante la aplicación de la ley. La impunidad y la corrupción son la forma más ofensiva de desigualdad. Esperemos que los contratos de petróleo se manejen con más eficiencia y probidad que las licitaciones para el pago electrónico en las carreteras. Ninguna reforma estructural puede tener éxito sin un nivel básico de apoyo social. La impunidad y la corrupción son un riesgo no sólo al éxito transformador de la reforma energética, sino para la convivencia social y la gobernabilidad del país.
@jepardinas
Fuente: Reforma