El nombre de Raúl Trejo Delarbre ronda las circunvoluciones de mi cerebro desde que yo tenía 14 o 15 años. Un nombre, un autor, una combinación de apellidos poco común. No es un falso recuerdo, sino que puedo comprobarlo, fotográficamente, gracias a una instantánea en cuya estampa familiar -en la mesa de la sala- aparece ya, el libro “Televisa: el quinto poder”, traído a casa por mi hermana, que había escogido como materia optativa de último semestre “Ciencias de la Comunicación”, en su CCH Oriente.
Después, ella ingresó a la Facultad de Ciencias Políticas para estudiar la misma carrera, y por eso, en aquellos cuatro años de su licenciatura, no dejé de ver libros, capítulos y fotocopias firmados por aquel nombre tan singular como difundido: Raúl Trejo Delarbre.
Estoy hablando de mediados de los años ochentas cuando la carrera de periodismo se había transformado en una disciplina de las ciencias sociales a pleno derecho y en la que se barajeaban nombres también omnipresentes como Miguel Ángel Granados Chapa, Manuel Buendía, Francisco Martínez de la Vega, Julio Scherer, Gastón García Cantú, Froylán López Narváez, Edmundo González Llaca, a la sazón, maestros, vacas sagradas y referentes del periodismo en México. Entonces, Trejo, bastante más joven que ellos, empezaba a colarse en la lista de los imprescindibles.
Luego, yo mismo incursionaría al campus universitario en la Facultad de Economía y de nuevo, en diversas materias, volvió a aparecer ese nombre, esta vez ligado a la preocupación por la clase obrera, episodios de sus luchas, huelgas y sindicalismo. En mi clase de “Sociología y política” me correspondió exponer su concienzuda “Crónica del sindicalismo en México”, narración de las muchas movilizaciones obreras en los años setenta y ochenta, desde la magisterial (allí está documentado el surgimiento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la malhadada CNTE) hasta la lucha de los nucleares, desde los telefonistas, hasta la organización obrera en la industria cerámica.
De modo que tuve la certeza de estar enfrente de un autor muy competente, capaz de exponer con claridad y de abordar con agilidad temas diversos, la comunicación, los medios masivos, el derecho a la información o la historia del proletariado mexicano.
Busco otros nombres, otras firmas del periodismo de mis años adultos, de los años con cierta conciencia política y me es difícil encontrar el talante del periodismo que sabe ejercer Raúl Trejo, mezcla de rigurosidad, meticulosidad y de integridad profesional y personal.
Lo he visto engarzado en discusiones, réplicas o contrarréplicas de sus artículos -siempre filosos y directos- ajenos a los circunloquios y, estés o no de acuerdo con él, es imposible encontrar una pifia, una cita mal puesta, una referencia ambigua, una frase que no tenga sustento. Por eso, el sólido periodismo de Trejo forma un edificio propio, original; para nuestra desgracia, un tipo de periodismo muy raro de encontrar en el paisaje mexicano, antes de la transición democrática y después de ella.
Lo conocí personalmente, más o menos, a la mitad de los años que ahora cumple ¡70! Parapetado en esta celebración, puedo decir que no me equivoqué al acercarme a ese personaje, porque tener a Raúl Trejo Delarbre como amigo, me ha confirmado la adhesión y pertenencia a un grupo, a un instituto, a una bola de cuates, no sólo por coincidencias intelectuales y políticas -que son profundas- sino quizás, sobre todo, por la afinidad afectiva que compartimos. A pesar de que él no este dispuesto a admitirlo, es un afecto colectivo que en gran medida es fruto de su generosidad.
Fuente: Crónica