Puede sostenerse un paralelismo histórico entre el proyecto político del general Cárdenas (1934-1940) y el actual gobierno de López Obrador? Esta pregunta surge (es obvio) después de la concentración del domingo pasado, impulsada por el señor de Palacio Nacional -inmensa manta incluida con foto de Cárdenas, López Mateos y el presidente al centro- cuyo propósito explícito fue proyectar que lo de hoy es un retoño de aquel ayer, tan bien sintetizado por la expropiación petrolera. ¿Se sostiene?

Pues bien, los historiadores reconocen que el cardenismo puede resumirse en un manojo de grandes creaciones y reformas que van, del reparto agrario (el surgimiento del ejido) que otorgó 19 millones de hectáreas a 700 mil agricultores en sus seis años, la formación de los organismos de masas obreras y campesinas (corporativismo popular), su activa política internacional (el asilo a Trotsky y la defensa de la república española), la referida expropiación petrolera, su retiro ordenado del poder (romper el maximato y en esa medida, instituir la presidencia) y de modo menos subrayado pero tan importante, su denodado carácter desarrollista.

Una mirada gruesa informa ya de la dificultad para establecer algún paralelismo, pues si algo define al gobierno de López Obrador es su aversión a los intermediarios, a las organizaciones que forman parte de una negociación social y acuerdo político. Lo suyo es la “comunicación directa con el pueblo”.

Aquí, en este tiempo, no hemos tenido ninguna medida de redistribución de la riqueza que se acerque siquiera a la reforma campesina de Cárdenas; a cambio se han tendido programas sociales que no pudieron evitar la explosión de la pobreza (3.8 millones de personas) en la primera mitad del sexenio.

La “no intervención” es el principio de política internacional en el obradorismo en contra de la solidaridad activa cardenista (quien intentó enviar armas a las fuerzas republicanas en España). En los treinta se creó el Politécnico y el Colegio de México, en la tercera década del siglo XXI se derruye el CIDE y se ataca a las universidades autónomas, y las políticas económicas no pueden ser más contrastantes: austeridad vis á vis desarrollo.

Cárdenas incrementó el gasto público en una escala de 41 por ciento (per cápita); López Obrador -a pesar de las urgentes necesidades planteadas por la pandemia- ha hecho crecer ese mismo indicador en un modesto 12.4 por ciento. Digámoslo de este modo: el cardenismo canalizó el gasto social adicional hacia la creación de bienes públicos; el obradorismo instrumenta transferencias monetarias (Enrique Provencio dixit).

Y algo igual de chocante para nuestro tiempo: Cárdenas redujo el gasto militar y administrativo del 60 al 44 por ciento, la primera vez que cayó debajo del umbral del 50 por ciento en todo el período republicano. El general incrementó el gasto en salud y educación a una tasa del 18 por ciento, mientras que el gasto en infraestructura creció 38 por ciento (Wilkie, 1970, citado por Juan Carlos Moreno Brid y Jaime Ros, Desarrollo y crecimiento de la economía mexicana. FCE, 2010 p.125-127).

Como se ve, la era cardenista no tuvo que ver con ninguna receta de austeridad y por el contrario, inició una etapa de expansión del gasto, dentro de un modelo económico diferente -más prudente y más sostenible- de los populismos que se ensayaban en su época (Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil). Afirman Moreno Brid y Ros “…el sexenio de Cárdenas vio la consolidación de un Estado desarrollista… explícitamente fundado en el primer plan sexenal de nuestra historia”, concentrado en evitar otra Gran Depresión y catapultado en una inversión pública sin precedentes.

Uno redistribuyó la riqueza (tierras) y otro administra al país sobre la misma pobreza estructural. Una profunda reforma fiscal en el México urbano de nuestro tiempo, es el equivalente al reparto agrario de los años 30. El general Cárdenas lo hizo. López Obrador, simplemente se negó.

Por todo esto y más, no resiste ninguna comparación.

Fuente: Crónica