Cuenta Humberto Musacchio que siendo joven reportero fue enviado para cubrir el concierto de rock que se celebró en Avándaro, durante el segundo fin de semana de septiembre de 1971. Según su relato de los hechos, ni las drogas ni el sexo fueron protagonistas de esa fiesta tímidamente hippie.
Sin embargo, cuando regresó a la ciudad de México para entregar su crónica periodística, se topó con que ésta ya había sido redactada por alguien que no asistió al evento pero sí obtuvo la foto de la encuerada de Avándaro, que el lunes siguiente ocuparía las portadas de todos los diarios.
La falsa crónica de la orgía anunciada sirvió para que en México se prohibieran los conciertos de rock durante las siguientes dos décadas. Por lo bajo también justificó la actitud represiva que tres años antes asesinó a los jóvenes de Tlatelolco.
Vale traer del rincón memorioso este episodio porque aquel guión ha sido recientemente plagiado.
La marcha global por Ayotzinapa del jueves fue un evento esencialmente pacífico; a pesar del temor que hizo dudar a muchos, la participación cívica fue notable y muy diversa.
Durante cuatro horas desfiló una gran pluralidad de personas: sacerdotes franciscanos, niños en carriolas, músicos, jóvenes estudiantes, adultos mayores, campesinos montados a caballo, familias grandes y pequeñas, en fin, un mosaico bastante representativo de lo mexicano.
Sin embargo, el demonio de la posada no apareció en el trayecto; escasamente sembrados, hubo uno que otro joven merolico pagado para provocar a la gente o pintar con aerosol la pared de un edificio.
Poco antes de las 9 de la noche el Zócalo se pobló y después hablaron los padres de los normalistas desaparecidos.
Al concluir, el chamuco se hizo por fin notar con teatralidad. Cinco o seis de esos que llaman anarquistas montaron encima de un vehículo alto y de color blanco; desde ahí lanzaron papel periódico llameante, cohetones y, según se dice, bombas molotov, contra las puertas del Palacio Nacional.
Estaba apostado sobre la calle de José María Pino Suárez un grupo numeroso de granaderos federales, portando cascos azules de color claro, y otros de la policía capitalina, todos dispuestos para enfrentar a los provocadores.
Siendo tan pocos los revoltosos, no habría sido tarea difícil, como se dice en el lenguaje policial, encapsular a esas personas y retirarlas del lugar.
Sin embargo ocurrió algo que resulta la incógnita más sospechosa de esa noche: desde el extremo este, donde se halla el Palacio Nacional, los granaderos echaron a correr y atravesaron el Zócalo, pasando frente a la Catedral, hasta que llegaron al cruce que hacen las calles Monte de Piedad y 5 de Mayo; ahí arremetieron sin trámite contra los manifestantes pacíficos que estaban a punto de retirarse.
No hay un solo testimonio que permita suponer la presencia de agentes violentos en ese otro punto oeste de la Plaza de la Constitución. No obstante, la autoridad golpeó con toletes, palos y escudos a más de cincuenta personas que asistieron a la marcha y que se habían dado cita en esa esquina para emprender camino de regreso a sus casas.
“Mi madre de 63 años y mi esposa cayeron al suelo empujadas por los escudos de la policía … yo cubrí a mi hijo (de tres años) y recibí un golpe fuerte en el brazo”, cuenta Juan Martín Pérez, un reconocido defensor de los derechos de los niños. “Nos echaron gas pimienta y nos golpearon por la espalda como a animales”, cuenta una mujer que prefirió no revelar su nombre. “Se escuchaba el sonido enfurecido de su respiración mientras nos atacaban”, afirman con el recuerdo impregnado por el horror.
Pregunta obligada: “¿entre ustedes se coló algún anarquista?” Los entrevistados responden: “los policías tenían instrucción de ir contra nosotros, los manifestantes pacíficos”.
Asegura el escritor Tryno Maldonado en un texto aparecido este fin de semana en la revista Emeequis: “fue una coreografía infernal”.
Otra marcha global por Ayotzinapa ha sido convocada para el próximo 1o de diciembre. Después de los hechos divulgados probablemente el miedo contagie a más personas y entonces el montaje habrá logrado su cometido: confirmar que es peligroso participar en las marchas de repudio contra el abuso de autoridad que comete el Estado.
ZOOM: Ayer fue la encuerada de Avándaro, hoy es el anarquista abominable.
Fuente: El Universal