Durante las últimas semanas varios actores, entre otros el secretario de Gobernación y diversas organizaciones de la sociedad, se han pronunciado respecto de los avances en materia de control de criminalidad. Para unos las tendencias van a la baja, mientras que para otros sucede todo lo contrario. ¿Quién dice la verdad y quién falta a ella? Por paradójico que parezca todos tienen algo de razón, pues depende de qué y cómo es lo que se mida. En general nos falta una cultura que nos permita entender el manejo de las cifras. Lejos de ser objetivos y hablar por sí mismos, los datos tienen que interpretarse para permitir entender la realidad que representan. Si a ello añadimos la inmediatez que requiere la nota periodística y la necesidad de ganar la primera página resulta obvio que visiones parciales se conviertan en lecturas totales. No debe sorprender así la incredulidad ciudadana y la sensación generalizada de no saber dónde estamos parados.
En materia de crimen los datos presentan características propias. En primer lugar se refieren a comportamiento esquivos y difíciles de medir. Ya es una ganancia que tengamos una estadística básica sobre criminalidad y que gracias al trabajo de muchas organizaciones sociales y académicas esta sea en buena parte pública, aunque existe aún mucha confusión sobre qué miden esos datos (no es lo mismo, por ejemplo, la tasa de victimización que la de delitos denunciados). El segundo problema es la confiabilidad. Aquí las novedades son menos halagüeñas, pues persisten asimetrías y problemas graves en los mecanismos de recopilación de información. Finalmente para poder hacer comparaciones significativas y útiles necesitamos series de tiempo suficientemente largas para entender cuáles son las tendencias de largo aliento. Mirar sólo el corto plazo puede generar distorsiones importantes.
¿Qué dicen las tendencias de largo plazo? En primer lugar, que históricamente (de 1931 a la fecha) la tendencia de la violencia en México ha descendido muy significativamente, con un ligero repunte en los últimos 20 años. Somos mucho menos violentos que antes, hecho que generalmente se desconoce. También muestran que la tasa de todos los delitos, medidos sobre averiguaciones previas iniciadas, se ha mantenido relativamente estable los últimos 20 años, con un ligero decremento en el sexenio de Fox y un incremento en el de Calderón. El sexenio del presidente Peña arrancó como el de Zedillo, con una media de 122 delitos por 100,000 habitantes (fuente: geocrimen.cide.edu).
Si miramos a los llamados delitos de “alto impacto” (homicidio, robo con violencia, secuestro y extorsión) encontramos un incremento constante desde 2007 (por alguna razón el año con menor tasa de crímenes en la última década) que alcanza para homicidio doloso y robo con violencia su pico en 2011 pero que mantiene la tasa de crecimiento para los otros dos. Un análisis más cuidadoso muestra que estos delitos no se producen por igual en todo el país, y que un número limitado de entidades federativas concentran las tasas que elevan el promedio nacional. Estos estados son principalmente Jalisco, Estado de México, Morelos, Michoacán, Guerrero, Tamaulipas y el Distrito Federal (fuente Observatorio Nacional Ciudadano www.onc.org)
Estos datos y muchos otros indican que para medir el efecto de las nuevas medidas de contención y prevención del delito vamos a necesitar tiempo y perseverancia pues las soluciones mágicas no existen. Quiere decir también que el delito es un fenómeno complejo y que se requieren políticas diferenciadas para obtener resultados. Finalmente, subraya la importancia de tener fuentes de información confiable así como organizaciones académicas y de la sociedad que las utilicen para conocer, evaluar y exigir.
Fuente: El Universal