Finalmente, y por fortuna, hace un par de días terminaron las campañas y este domingo serán las elecciones. Termina un proceso electoral polarizado, violento, y sin muchas propuestas serias ni concretas sobre temas trascendentales; pero, sobre todo, un proceso electoral particularmente extenso, contaminador y cansado como nunca. Durante los últimos dos años, los mexicanos acompañamos y padecimos involuntariamente los procesos internos de los partidos para ver quiénes iban a encabezar la contienda, y estuvimos sometidos a ver propaganda política en carteles y bardas distribuidos por todo el país, incluso en los lugares más recónditos. Al respecto, sorprende el descaro con el que el partido oficialista pintó paredes y anticipó su campaña mediante sus definiciones internas.
Me atrevo a asegurar que no hay nadie, independientemente de su ideología y preferencia electoral, que aprecie esta manera tan invasiva de promover a los candidatos y candidatas a las elecciones. Han vulnerado nuestro derecho al paisaje, con los anuncios que contaminan y distorsionan el espacio público; han saturado nuestros sentidos con comerciales en radio, televisión e internet —muchas veces amarillistas— desarrollados por “expertos” con el fin de influir en nuestra decisión; se han metido en los medios de comunicación y en nuestras redes sociales; y, en últimos días, también han realizado llamadas no autorizadas a nuestros teléfonos, por cierto, ¿quién les vendió nuestro número celular? En pocas palabras, nos han obligado a participar de sus campañas de odio, desgastándonos hasta el agotamiento.
Están tan centrados en sí mismos, que parecieron olvidar que no solamente son elegidos por el pueblo, sino que se deben a este. ¿Se habrán preguntado qué va a pasar después del 2 de junio? Gane quien gane, gobernará un país con muchos retos, a los que se sumará la profunda división social que ellos mismos han fomentado. La descalificación y los mensajes hostiles sostenidos durante todo el proceso electoral constituyen una amenaza no solamente para nuestra democracia, sino para el interés compartido de alcanzar la paz en un país más violento e inseguro que nunca. Desafortunadamente, esto no solamente repercute en la relación entre políticos y partidos, sino que se manifiesta también en la división entre un electorado cuyas opiniones e ideologías son cada vez más antagónicas y radicales.
La dinámica electoral generada por los partidos nos ha llevado a creer que existen dos Méxicos con valores e intereses irreconciliables, dos sociedades tan radicalmente diferentes entre sí, que buscan un gobierno que los salve del peligro que representan “los otros”. Nos han hecho olvidar por un momento que los mexicanos tenemos más cosas en común que diferencias, y que muchos de nuestros problemas compartidos solo podrán ser resueltos si construimos en conjunto.
La clase política ha sabido crear una ruptura en nuestra sociedad, en nuestros círculos de amigos e incluso en nuestras familias. Han minado nuestra capacidad de disentimiento y nos han nublado la visión frente a los hechos. Han sabido dirigir el debate de tal manera que perdonamos y legitimamos sus mentiras y conductas reprobables, apelando a nuestra ideología y emociones. La generalidad de opiniones y análisis son cada vez menos rigurosos y objetivos, pues cualquier crítica o comentario que cuestione a uno u otro partido puede ser visto como un acto de traición. Los partidos políticos han implantado en la ciudadanía una lógica de amigo-enemigo que invita al enfrentamiento, mientras ellos se pasan de un partido a otro y crean alianzas inexplicables y contradictorias que cambian de acuerdo con la coyuntura.
Los niveles de polarización crean dos graves riesgos democráticos: socavar la credibilidad y legitimidad percibida de los resultados electorales, y la falta de gobernabilidad efectiva después de las elecciones.
Urge que en futuros ejercicios democráticos prime el debate de las ideas por sobre los ataques y las propuestas superfluas. Es crucial que, en conjunto, partidos, líderes políticos, medios de comunicación, y la sociedad civil, promovamos un diálogo constructivo, con tolerancia y empatía para salir de la división pase lo que pase. Ojalá que después del 2 de junio podamos reencontrarnos como país y como sociedad para avanzar hacia nuestras metas comunes.
Fuente: El Universal