Una especie repetida a propósito de la derrota del intento de reconstitución del monopolio estatal de la electricidad fue que se trató de la primera vez en la historia de México que una iniciativa presidencial de reforma constitucional no era aprobada. No estoy seguro del dato: Juárez no pudo sacar adelante sus propuestas para fortalecer a la Presidencia en el momento de restauración de la República, pero lo intentó a través de una vía no contemplada por la Constitución, el referéndum. Pero sin duda a partir de la llegada al poder de Porfirio Díaz, los sucesivos Presidentes han modelado la Constitución a su antojo, a pesar de la rigidez formal que exige mayorías calificadas de ambas Cámaras del Congreso de la Unión y la ratificación de la mayoría de las legislaturas estatales.
El diseño formal para las reformas a la Constitución supondría una mayor estabilidad del pacto político contenido en la ley superior de nuestro ordenamiento jurídico, pero las concreciones del desarrollo político mexicano, donde el poder legislativo federal ha sido continuamente sometido por el ejecutivo a partir de una mezcla de reglas formales, como la no reelección inmediata de legisladores, y practicas informales, sobre todo el control de los resultados electorales, y con un federalismo históricamente simulado, propició que la Constitución se transformara en el manifiesto político del Presidente en turno, mientras no era más que papel mojado como ordenamiento jurídico efectivo.
Durante la época clásica del régimen del PRI cada Presidente dejaba su huella con grandilocuencia en la Constitución. Las más de las veces se trataba de enunciados huecos, sin consecuencias en la vida cotidiana, derechos imposibles de reivindicar o manifestaciones de gran patriotismo con resultados prácticos poco deseables. Los sucesivos jefes del ejecutivo fueron pródigos en iniciativas para modelar el arreglo institucional del país de acuerdo con las genialidades de sus preclaras mentes de estadistas.
Una Constitución chiclosa y débil, llena de parches y contradicciones, cuyo cumplimiento, además, era una puesta en escena solemne. La hojalatería constitucional del presidencialismo mexicano ha dejado al arreglo institucional formal de la República como una carrocería a la que se le notan los remiendos, los colores despintados, los golpes no reparados. Más de setecientas reformas, algo que sin duda debe ser un récord mundial.
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