Leo a algunos voceros obradoristas decir que, en la medida en que la oposición está tomando algunos de los preceptos del movimiento que pretende ser la “4 transformación histórica” del país, como claramente lo es Xóchitl Gálvez, probable candidata del Frente Amplio, aún en caso de que ella ganara (escenario que algunos obradoristas empiezan a temer, por lo visto), sería una especie de “triunfo cultural”, aunque no lo digan con esas palabras.
Qué tan exitoso no habrá sido el proyecto morenista que hasta la “derecha” ahora arrebata las banderas de esa “izquierda”, ratifica algunas de sus principales políticas (como los programas sociales, o elevar el salario mínimo). En efecto, Xóchitl Gálvez ha reiterado que –contrariamente a la calumnia que sobre ella lanzó AMLO–, votó a favor de los programas sociales y tendría la intención de continuarla. Y también pensar en los pobres, los campesinos y los pueblos originarios. ¿No ha sido ese el discurso de López Obrador?
Queda claro que en caso de que, efectivamente, el Frente Amplio lograra triunfar en 2024 con Xóchitl como candidata –escenario que aún se ve muy difícil, pero cada vez menos improbable–, los obradoristas cantarían a coro que su épica histórica, pese a ser derrotada en las urnas, habría logrado una victoria ideológica. Su visión y sus políticas prevalecerían, ya no a través de un morenista (Claudia Sheinbaum), pero sí a través de sus adversarios que se habrían convencido de las bondades del obradorismo.
Algo habría de ello, pero con muchos matices y reservas; pocos, de izquierda, centro o derecha, podrían estar en contra de los objetivos principales que propuso y prometió López Obrador en su larga campaña; reducción de la pobreza, energías limpias, mayor justicia social, crecimiento económico del 4 al 6 %, tener una educación de Finlandia, salud de Dinamarca y pensiones de Noruega. Que la corrupción no sólo disminuiría, sino que sería erradicada, y que la impunidad rampante en este país desaparecería definitivamente. Y desde luego, que la inseguridad y la violencia disminuirían radicalmente. ¿Quién podría estar en contra de todo ello?
Pero la clave no radica en los propósitos, sino en las políticas y los métodos para conseguirlos. Y es ahí donde parece haber grandes diferencias. Xóchitl misma ha dicho que desde luego seguirá buscando aquellos plausibles objetivos, pero complementando y modificando las políticas públicas, a partir de la realidad y no la demagogia. Sí a los programas sociales, pero buscando al mismo tiempo crear condiciones estructurales para que la gente pueda ascender a través de su esfuerzo y trabajo (el aspiracionismo que odia AMLO). Y también un sistema educativo de calidad (lo que hubo ahora fue un gran retroceso); un sistema de salud eficiente y accesible a todos (y no el desastre derivado de la destrucción del Seguro Popular y el desabasto de medicamentos); el combate real a la impunidad a quien incurra en ilícitos, como método eficaz e inevitable para reducir realmente la endémica e histórica corrupción, en lugar de la aplicación selectiva de la ley con fines políticos.
Para combatir la pobreza y mejorar la igualdad hace falta generar empleo y mejor pagado a través de una mayor inversión, muy superior a la actual para de verdad traducirse en un crecimiento alto y sostenido (4%). Para lo cual es necesario dar garantías jurídicas a los inversionistas, generando confianza y con decisiones racionales más que ideológicas, en lugar de retroceder como al cancelar el aeropuerto de Texcoco, hacer consultas pato a modo, y cambiar las reglas a mitad del juego a muchas empresas nacionales y extranjeras.
Es decir, en realidad lo que Xóchitl ofrece ahora –en caso de ganar– es seguir buscando los elevados objetivos que prometió López Obrador, pero a través de métodos basados en la realidad, la sensatez y el conocimiento técnico más que en la ideología y la retórica. Aterrizar ese “triunfo cultural” del obradorismo, transformándolo en una mejoría real y palpable –no sólo discursivo– para todos.
Fuente: El Universal