El voto es imprescindible para que exista democracia, pero sin contrapesos y límites legales claros puede ser subterfugio de tiranos.

El domingo 28 de mayo hubo elecciones autonómicas y municipales en España. El mismo día fue la segunda vuelta de la elección presidencial en Turquía. Se trata de dos países con realidades sociales y políticas muy distintas: el primero es una democracia plena, un régimen parlamentario con un sistema de comunidades autonómicas que, sin ser plenamente federal, le da una gran cantidad de competencias a los gobiernos locales, más, incluso, que las de nuestros enclenques estados federados; la segunda es una república que no ha concluido el tránsito a un orden social abierto, a pesar de ser una potencia media miembro de la OTAN y de tener una sociedad plural, en buena medida urbana y con la mirada puesta en Europa.

Ambos países vivieron durante buena parte del siglo XX bajo regímenes tutelados por los militares, pero en el primer caso la era autoritaria tuvo una importante influencia de la jerarquía religiosa predominante, mientras que en el segundo los militares que controlaron el poder fueron ferozmente laicos y mantuvieron a raya cualquier influencia política de los clérigos del culto mayoritario.