Para Santiago Levy y Felipe López-Calva la actividad económica informal (aquella que no cotiza y que no está protegida por la seguridad social) es la razón principal del decepcionante crecimiento económico en las últimas dos generaciones. De tal suerte que más de la mitad de los trabajadores en México (los informales) no contribuyen a financiar las estructuras comunes de la seguridad social y presentan una productividad muy baja. El punto crítico es, de dónde ha salido tal informalidad y porque persiste a lo largo de las décadas.

Hay un diferendo esencial con el ensayo “¿Qué falló? México 1990-2023”, que sostiene: no es un problema de baja inversión (José Casar presentó en la FIL datos y evidencias muy sólidas en contrario). Pero hay otra divergencia que me interesa subrayar: Levy y López-Calva tampoco alcanzan a ver el hecho de que la concentración y los muy bajos ingresos son factores co-causales de esa informalidad.

De hecho, su documento -respaldado por fuentes como el INEGI y la CONSAR- exhibe un paisaje abigarrado en el que la formalidad y la informalidad no aparecen como esferas separadas, sino que hay un continuo intercambio y trasiego de trabajadores de una esfera a la otra. Dicen los autores “a partir de 1997… hasta 2015, el trabajador promedio solamente estuvo formalmente empleado el 46 por ciento del tiempo posible”. En otras palabras, la mitad de mexicanos hemos sido formales e informales en algún momento de nuestra vida laboral.

Es más, los últimos datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (tercer trimestre de 2023) muestra que, en el último año, el 24 por ciento de los informales labora en empresas bien establecidas. Quiere decir que la cuarta parte de nuestra formalidad se sostiene a costa de la precariedad informal.

Creo que nuestros autores no se hacen el debido cargo del retrato económico que ellos mismo aportan, y para seguir el hilo (de la discusión en la FIL) pongo esta imagen: esa inmensa unidad económica que conocemos como World Trade Center (WTC) en la Ciudad de México, según el INEGI, alberga a miles de trabajadores y a su derredor se levantan unos doscientos establecimientos formales, solo en su cinturón más próximo. Pero al mismo tiempo, cada mañana se tienden más de cien negocios de oferta variada en la intemperie de la informalidad. Resulta obvio: hay cientos de trabajadores del WTC que sí pueden pagarse -por ejemplo- la comida en restoranes establecidos, pero muchos otros cientos no pueden financiar sino la oferta de alimentos que les presenta la informalidad. ¿Lo ven? La misma economía -el WTC- produce al mismo tiempo formalidad e informalidad. Dicho de otro modo, a la precariedad de la formalidad corresponde la precariedad de la economía informal.

De modo que el bajo crecimiento, baja productividad e informalidad persistente, abreva de los bajos ingresos que todavía hoy produce el trabajo y los salarios de gran parte de los mexicanos.

El estancamiento de nuestra economía se debe en buena parte, a los patrones de distribución del ingreso que surgieron después de los programas de estabilización de los años ochenta y que anclaron a los salarios para combatir la inflación.

Eso estuvo bien, dentro del programa de shock, pero a los hacedores de política mexicanos se les pasó la mano y la contención salarial se prolongó precisamente en el tiempo que abarca el estudio de Levy y López-Calva. No me parece casual que la multiplicación de la informalidad haya ocurrido en el mismo tiempo que el de los bajos salarios.

Y algo más: la contención salarial se convirtió en parte explícita del atractivo mexicano para la inversión, de modo que los salarios reales dejaron de expresar a su propia productividad para ser utilizados como instrumento de política monetaria y de estímulo empresarial.

Cuarenta años -dos generaciones- en esa política. Levy y López Calva deberían deben evaluar sus consecuencias.

Fuente: Crónica