La 56ª entrega de los Arieles la semana pasada fue ocasión para festejar a los creadores cinematográficos mexicanos y para someter a revisión crítica la situación de dicha industria y las políticas públicas que se han diseñado para promoverla.

Los datos señalados por Blanca Guerra, Presidenta de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas A.C. dan cuenta de una gran paradoja: por un lado, en 2013 se produjeron 126 películas, la cifra más alta desde el remoto 1959, pero por otro, sólo el 12 % del total de los espectadores (248 mil) vieron películas mexicanas.

A pesar de que la cifra creció respecto de 2012, en que el cine mexicano sólo fue visto por un 4% del público y que el Estado mexicano ha canalizado importantes recursos y un estímulo fiscal para la creación cinematográfica, el cine mexicano sigue siendo invisible.

Al igual que en otros campos, el error está en pensar que inyectar más dinero es la solución al problema.

El diagnóstico muestra que las cintas mexicanas, aún de muy buena calidad, no tienen cabida en nuestras cadenas de distribución y exhibición. Suele argumentarse que el cine mexicano no se ve porque no tiene público, porque no ha logrado tocar las fibras más sensibles del los espectadores y que los dueños de las salas de cine buscan lógicamente obtener rendimientos.

Es cierto que lo que mueve a los exhibidores de películas es la ganancia y que el mayor volumen de copias que se distribuye está en razón de “la demanda del público” que favorece al hollywoodense. Pero, sabemos que los gustos y las preferencias se construyen y se nutren, de ahí que la única manera de revertir la tendencia es a través de políticas públicas que consideren a todos los eslabones de la creación cinematográfica.

Esta tarea compete al Estado mexicano y como cualquier política pública, no puede ser eficaz si solamente ataca una parte de la cadena, o sea, sólo a la producción. De poco sirven los incentivos económicos para alentar a los creadores mexicanos, si no se incide en la distribución, la exhibición y la promoción de sus obras. El cine es para verse en las pantallas en primer lugar y es ahí donde se cierra el circuito creativo.

No creo que podamos esperar que los dueños de las salas de exhibición modifiquen su plan de negocios porque la ganancia fácil está en la médula de sus cálculos. Y para muestra está el caso de la Jaula de Oro que fue la película más premiada de esta entrega de Arieles (se llevó 9 de los 14) y que hoy sólo se exhibe en unas pocas salas y en horarios restringidos de una de las dos grandes cadenas que existen en la ciudad de México. Esto contrasta enormemente con la difusión muy extensa de cualquier película hollywoodense común y corriente.

Aunque el Estado no sea distribuidor, sí es el responsable de la mecánica distributiva de las películas mexicanas, porque es quien tiene el cometido de velar porque industrias como la cinematográfica desarrollen una buena capacidad para reproducirse, además de que sean una fuente de creación artística que alimente nuestra tan fragmentada producción cultural.

El Estado mexicano no ha logrado diseñar estrategias integrales para el desarrollo del cine mexicano, siendo que hay ejemplos en otros países de fórmulas de regulación para compensar la existencia de monopolios de distribución y de exhibición. Solo una política pública que establezca mecanismos e incentivos eficaces para limitar la concentración y la unilateralidad de las empresas podrá darle visibilidad al cine mexicano, pero no porque es nacional, sino porque ha probado tener calidad artística. Para ser eficaz y aprovechar los estímulos, se requiere, además de consistencia y amplitud de miras en la política pública, de continuidad en su desarrollo e implementación.

Fuente: El universal