Aunque la transparencia se ha venido usando cada vez más en el lenguaje cotidiano de los políticos y de los gobernantes del país, tengo para mí que todavía no se comprenden sus significados ni, mucho menos, se asumen sus implicaciones a cabalidad. En el mejor de los casos, la transparencia ha sido interpretada como la publicación de portales electrónicos con información más o menos abundante y como la respuesta más o menos obligada a las solicitudes de documentación que formulan las personas. Pero todavía está lejos de convertirse en la base de una política deliberada para rendir cuentas.

No es necesario ir muy lejos para cobrar conciencia de las diferencias que median entre una concepción honesta y completa de la transparencia y el modo en que los gobiernos mexicanos —y especialmente los locales— la han interpretado. Basta una lectura básica del diccionario de la lengua española. De acuerdo con la última versión publicada por la Real Academia Española, la transparencia es, en breve, la cualidad que distingue algo transparente; es decir, algo “a través del cual pueden verse los objetos claramente” o “que es claro, evidente, que se comprende sin duda ni ambigüedad”. Lo que significa que para ser realmente transparentes los gobiernos (sus decisiones, sus actividades y sus gastos) tendrían que poder verse con toda claridad, sin obstáculos de ninguna índole, y además comprenderse sin lugar a dudas ni ambigüedades.

En el diccionario de sinónimos, la cualidad de transparente aparece como algo que es diáfano, luminoso, claro, nítido y limpio. Vuelvo al diccionario y leo que diáfano es algo “que deja pasar a su través la luz casi en su totalidad”. De ahí que el término sea compatible con el de luminoso, que se refiere a algo “que despide luz y que tiene mucha claridad”. Para que algo sea realmente transparente debe ser, al mismo tiempo, claro y evidente e, incluso, luminoso. La luz como una metáfora que se ha usado desde la filosofía de los antiguos para referirse a la comprensión exacta de una idea o de un conjunto de saberes. De modo que la acción de iluminar no sólo remite a la idea de dar color a algo, sino a la más ambiciosa de salir de la oscuridad que supone la ignorancia. Esperamos que algo o alguien “nos dé luces” cuando confiamos que así podremos comprender algo que nos resulta abstruso o críptico; es decir, incomprensible. Y, por supuesto, no decimos que algo es transparente si, por el contrario, nos confunde más y oscurece nuestra comprensión.

Los demás sinónimos no son menos demandantes. El adjetivo nítido se define como algo “limpio, terso, claro, puro, resplandeciente” o, al menos, “que se distingue bien y no es confuso”. Mientras que lo limpio se define mejor por contraposición a sus opuestos: “lo que no tiene mancha o suciedad”. De ahí que la cualidad de transparente tenga como antónimos lo opaco y lo turbio. Y sucede que —como bien sabemos desde los tiempos de Aristóteles— una misma cosa no puede tener dos cualidades contrarias a la vez. No se puede ser transparente y opaco al mismo tiempo, ni tener limpieza y claridad en algo sucio o turbio.

Para que algo resulte transparente, incluyendo a los gobiernos, es preciso que sean claros, limpios, luminosos. Si la información que nos proveen produce confusión no puede argumentarse que son, de todos modos, transparentes. Mucho menos si se aduce que la comprensión cabal de lo que hacen o dicen no depende del gobierno sino de quien lee la información. Para no abandonar al diccionario —ni a la lógica— es necesario subrayar que las cualidades de una cosa no son las de otra diferente. Es decir, no puede argumentarse de manera razonable que si la información que publican o difunden los gobiernos es confusa o incompleta a quien debe culparse es a los ciudadanos que no saben leerla o comprenderla.

Y todavía es necesario añadir algo más sobre los atributos de limpieza o luminosidad como cualidades que remiten tanto al origen de la información como a sus propósitos: para ser realmente transparentes, los gobiernos no tendrían que manchar su información con maquillajes, para salir del paso. La limpieza alude, en este caso, a la información que se entrega y se publica tal como es desde un principio: exactamente del modo en que se generó y con la más absoluta pulcritud. Y además tendría que darnos luces; es decir, tener como propósito el de iluminar la comprensión de lo que hacen, de la forma en que lo hacen y del objetivo que persiguen al hacerlo. De no ser así, no puede hablarse, con rigor, de transparencia.