Esta semana la Secretaría de Hacienda presentó su paquete económico para 2016. La buena noticia es que el gobierno de Enrique Peña Nieto terminó con el experimento fallido de endeudarse para crecer. Entre diciembre de 2012 y junio de 2015, sólo la deuda del gobierno federal pasó de 26.9% del PIB al 32.7%. En esos tres años, el crecimiento acumulado apenas llegó al 3.9%. La deuda del gobierno federal creció 50% más rápido que la economía. Con las debilidades institucionales y la corrupción que padece México, el incremento del gasto público difícilmente tiene un efecto multiplicador sobre el resto de la economía. Cuando John Maynard Keynes planteó su teoría del papel dinámico de la inversión gubernamental, seguro no tenía en mente la extracción de rentas de empresas como OHL o Grupo Higa.

Después del trienio keynesiano, el gobierno federal encontró una súbita vocación por la austeridad. Hace un par de meses, las giras presidenciales por Europa llevaban una troupe propia de faraón echeverrista, pero lo de hoy es cancelar la cena en Palacio Nacional del 15 de septiembre. El esfuerzo de recorte presupuestal podría ser un poco más ambicioso e incluir algunos proyectos costosos y con pobres justificaciones técnicas.

Tren mala idea, autobús buena idea. Con estas seis palabras, Edward Glaeser resume 40 años de investigación sobre planeación urbana en la Universidad de Harvard. Algo sabe Glaeser del asunto, su libro El triunfo de la ciudad es uno de los estudios de economía urbana más influyentes del mundo. El gobierno de Enrique Peña Nieto metió reversa en dos proyectos ferroviarios, uno que conectaría al DF con Querétaro y otro en la península de Yucatán. Sin embargo, todavía queda vivo otro elefante blanco sobre rieles.

En 2016, el tren Toluca-DF recibirá 8 mil millones de pesos. Este proyecto es una mala idea por varias razones. Primero es un monumento a la infraestructura redundante. Además del tren se construirá un segundo piso para automóviles, con lo cual la gente que viaje por esta ruta tendrá tres opciones distintas de movilización: la autopista actual, el segundo piso y el tren. No se requiere una licenciatura en actuaría para calcular que cada alternativa de transporte competirá con las otras dos por el pasaje cotidiano. Esto encarece el financiamiento y la sustentabilidad del proyecto.

El tren es una infraestructura de transporte tan rígida que a un cambio de ruta se le llama descarrilamiento. Si el tren de Toluca tuviera éxito, miles de pasajeros adicionales llegarían al Metro Observatorio, una de las estaciones más saturadas de la red de transporte colectivo. Quien crea que la ruta de este tren es una idea inteligente, nunca ha estado en el Metro Observatorio a las 8 de la mañana. Si en lugar de un tren se pensara en una línea de Metrobús, los “vagones” no sólo llegarían a la estación del Metro Observatorio sino también podrían llegar al Metro Chapultepec o al Metro Toreo.

Desde la óptica de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes hacer un Metrobús es una pésima idea ya que sale mucho más barato que construir un tren. Al tener un proyecto más económico, hay menos espacio para moches, mordidas y oportunidades de ampliar la red de compadres. ¿Para qué construir un Metrobús que es más flexible y económico, si se puede construir un tren que es una infraestructura más cara de construir, mantener y totalmente incapaz de adaptarse a los cambios y necesidades de los usuarios? El tren Toluca-Observatorio es una idea tan mala que una relación detallada de sus crímenes contra la lógica y la economía no caben en un solo texto, para eso habrá espacio el próximo domingo.

 Fuente: Reforma