Cuando era candidato, el Presidente de la República se llenó una y otra vez la boca de promesas sobre una política migratoria compasiva y humanitaria, que recibiría a los centroamericanos como hermanos, les daría trabajo, al tiempo que colaboraría con sus países de origen para que las personas no tuvieran la necesidad de abandonarlos: una política de desarrollo regional que sonaba loable, aunque bastante fantasiosa.

Pero como del plato a la sopa se suele caer la sopa, una vez en la Presidencia de la República, ante la primera zarandeada que le puso Donald Trump, López Obrador envió a los militares disfrazados de Guardia Nacional a contener el flujo migratorio, con lo que convirtió en los hechos al nuevo cuerpo de seguridad en la extensión de la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos para vigilar el Suchiate.

Pronto, México vio crecer dos crisis humanitarias en sus fronteras, pues también en el norte se han agolpado miles de personas, unas a la espera de que se resuelvan sus peticiones de asilo en este lado de la frontera debido a la política de Remain in Mexico impuesta por el anterior Presidente estadounidense y que la Suprema Corte de Justicia le ha impedido revertir a Joe Biden, otras hacinadas sin destino, víctimas de la expulsión sistemática de migrantes de origen mexicano que no tienen a dónde ir. Muchos esperanzados en cruzar algún día al otro lado y entonces tener la posibilidad de mejorar su existencia.

Las escenas de violación de derechos humanos de las personas migrantes atrapadas en nuestro país se repiten. El horrible caso de los funcionarios del Instituto Nacional de Migración que golpearon con sadismo a migrantes haitianos –el cual al menos tuvo consecuencias, precisamente porque fue grabado y se reprodujo en todo el mundo– no es, lamentablemente, un hecho aislado, como declaró el Presidente. Se trata de una situación sistemática producida en buena medida por la militarización de la respuesta por la que ha optado este Gobierno y por la xenofobia latente en la sociedad mexicana.

Por si fuera poco, la tragedia migratoria se agrava en México por las redes de tráfico de personas que pululan por el país como parte del avance de las organizaciones armadas especializadas en mercados clandestinos que controlan territorios cada vez más amplios, ante la impotencia de las fuerzas de seguridad del Estado, cuando no con su complicidad o su protección. El crimen organizado ve a los migrantes como mercancía o como carne de cañón reclutada de manera forzosa. Mientras tanto, la mayoría de la gente en México voltea a mirar a otro lado o trata con temor y desprecio a personas desesperadas que cruzan por el territorio nacional huyendo de las condiciones de descomposición económica y social en sus países de origen.

Frente a esta tragedia el Gobierno de López Obrador se ha mostrado incapaz de articular una respuesta ordenada: día a día parece improvisar y parece depender solo de la fuerza para contener la oleada imparable de la desesperación. Sus anunciados programas de apoyo a Centroamérica no son más que propaganda demagógica sin impacto real y no parece tener una estrategia sólida de negociación con el Gobierno de los Estados Unidos para enfrentar de manera conjunta la crisis que afecta a ambos países.

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Fuente: Sin Embargo