En 2009 los medios internacionales reconocieron a Ciudad Juárez como la población más peligrosa del mundo. En sólo un lustro hubo 6 mil 500 homicidios. Esta frontera fue invadida por similar número de soldados que terminaron siendo acusados de violar derechos humanos. Luego vendrían policías federales, quienes fueron problema y no solución para la crisis de violencia.
Con ellos las extorsiones crecieron y los juarenses aceleraron su propia migración. Cerca de 60 mil familias se fueron a vivir del otro lado de la frontera.
El centro de la ciudad se hizo desierto. Frente a la vieja aduana, donde un siglo atrás se reunieron los presidentes Taft y Díaz, los establecimientos cerraron. No hubo poder económico que saciara las cuotas exigidas por la mafia. Al mercado Cuauhtémoc lo incendiaron 6 veces. Los muros de la antigua misión y de la Catedral estaban tapizados de rostros jóvenes de mujer, todas de ojos grandes, que un día desaparecieron. Por las calles de Juárez la gente prefería no circular. Como en una película del Lejano Oeste, las rodadoras rebotaban de una esquina a la otra. Cerraron cantinas, restaurantes y antros; por primera vez esta ciudad aprendió a dormirse temprano. Y es que al caer la noche, la muerte se hizo rabiosa.
Desde tan terrible y reciente memoria, sorprende el vuelco que esta población ha experimentado en tan poco tiempo. Quien visite hoy Juárez podrá constatar que los comercios han levantado sus pesadas cortinas, reconocerá más confianza y menos miedo en las calles, podrá ser testigo del repoblamiento de la colonia Campestre y las avenidas Triunfo de la Revolución y Juan Gabriel.
Este fin de semana más de 70 mil juarenses festejaron el 50 aniversario de haber recuperado el valle del Chamizal con un concierto que hace apenas tres años habría sido inimaginable. La directora de orquesta, Alondra de la Parra, y la sinfónica de El Paso, Texas, junto con Natalia Lafourcade, Ely Guerra y Denise Gutiérrez, dieron constancia de que en el Juárez de hoy la paz comienza a ser más cierta que la batalla. El viernes pasado, mientras una X roja inmensa, escultura del chihuahuense Sebastián, recibió el alumbramiento de una extraordinaria luna llena, las y los juarenses pudieron confirmar que los soldados ya no recorren más su ciudad, ni la policía federal ocupa los principales hoteles; y los puentes han dejado de ser pretexto para colgar cadáveres.
Juárez es hoy ciertamente una frontera distinta a la que fue durante la primera década de este siglo. Ella es prueba de que es posible oponerle una barrera alta y sólida a la furiosa marea de la destrucción. Visitar hoy ese trozo de México regala esperanza. Es así por los matices del cambio, por los pequeños detalles que hacen la diferencia, por la breve tranquilidad que hoy transmiten sus habitantes, por la vida pública que lentamente ha regresado a las plazas.
La buena noticia es que Juárez ha dejado de ser noticia. Esa es la razón del festejo. Saben los habitantes de esta ciudad que esta paz puede ser el producto de un frágil equilibrio. Están conscientes de que mañana las cosas podrían volver a ponerse insoportables. Temen las elecciones del próximo mes de julio. Intuyen que las fuerzas mafiosas aún están ahí, bajo las coladeras, acechando impunes desde el desierto, velando rabia, fierros y pólvora. Los juarenses quisieran cantar victoria pero son cautos. Serán incrédulos, por lo menos hasta que tome posesión el próximo gobierno municipal y entonces puedan convencerse de que la tranquilidad llegó para no irse.
Aquí el ánimo es el mismo que se experimenta después de haber padecido una terrible guerra. Hay huérfanos y viudas por todas partes. Y memorias doloridas y episodios inexplicables. La experiencia de la barbarie topa de esquina en esquina, como lo hacían antes las rodadoras. Y sin embargo, al menos este viernes, bajo una inmensa X roja, que mide más de 64 metros de alto, la población de Juárez salió a festejarse por su talento y fortaleza para salir adelante. El cantante Juan Gabriel estuvo ahí como testigo.
Juárez ha sido siempre para México la alarma que suena primero cuando una crisis está por estallar en todo el país. Ha sido el lugar donde primero se fabrican los remedios y las soluciones para los males mexicanos. Ahora le toca a Tamaulipas, y a Guerrero y a Michoacán, y a tantas ciudades preguntarse qué hicieron los juarenses para liberarse de la violencia.