Los empresarios no marchan por las calles y sin embargo son prácticamente los únicos que han merecido audiencia. Dos reuniones obtuvo el poder económico y ninguna cita las personas que llevan más de un mes saliendo a la calle para protestar.
A excepción de los padres de los normalistas desaparecidos, a los que se convocó en una sola ocasión, en la agenda no ha habido lugar para un diálogo que vaya más allá de los invitados de siempre.
Reporta la prensa que el lunes asistieron a la casa presidencial alrededor de 70 destacados empresarios mexicanos y el viernes volvieron casi 200; todos integrantes selectos de le Tout-Mexico —como solía llamarse a sí misma la élite durante el Porfiriato— cuyos adherentes de entonces y los de ahora representan un número pequeño. En un país donde el 46% de la riqueza mexicana se encuentra concentrada en las manos del 10% de la población más pudiente, el tamaño de la reunión es consecuencia.
En ambos encuentros, pero sobre todo en el último, los discursos fueron reveladores de un estado de ánimo peculiar. Dos argumentos se repitieron varias veces: el primero fue la versión siglo XXI del empresario-soldado de la Revolución que alguna vez expresó Emilio Azcárraga Milmo. En el mismo sentido que lo hicieron las Fuerzas Armadas hace tres semanas, ahora les tocó a los líderes del capital ofrecer lealtad sin condiciones.
No hubo entre la concurrencia una sola voz crítica, un argumento disonante, una opinión que recogiera, aunque fuera con palidez, alguno de los agravios que han dado vida al malestar de las calles. A juzgar por el tono de los oradores, le Tout-Mexico está decidido a mantener distancia con el resto de México.
El segundo argumento fue la muy sobada demanda al Presidente para que “asegure el Estado de derecho y aplique sin negociaciones la ley.” Puestas así, fuera de contexto, ambas exigencias podrían implicar diversos significados; sin embargo los asistentes se encargaron de evitar interpretaciones equivocadas: pidieron explícitamente que el Presidente utilice al Estado de derecho para combatir el bloqueo de carreteras y la inseguridad.
Al parecer la sensibilidad sobre lo que está sucediendo fuera de palacio es poca. El Estado de derecho es un eufemismo utilizado para exigir el uso de armas, escudos, toletes, gas y demás artefactos que portan los granaderos. Una forma oblicua para referirse al monopolio legal de la violencia que algunos quisieran ver lanzado como navajazo contra los que han decidido expresar públicamente su repudio a las tragedias que le están ocurriendo al país.
¿Cómo aconteció que el secuestro y desaparición de 43 jóvenes dejó de ser el motivo principal de la indignación para que su lugar lo ocuparan las calles y las carreteras bloqueadas?
¿Cómo pasó que la corrupción —presente en todos los niveles del Estado— abandonara la escena si el enojo que recorre la vida nacional está fundado en esa precisa tribulación?
¿Cómo sucedió que la impunidad de todos los días perdiera de golpe gravedad? ¿Cómo fue que dejaron de ser importantes las tres desigualdades mexicanas: la económica, la jurídica y la política?
Las cosas no están bien cuando ninguno de estos temas —que con tanta fuerza resuenan fuera de Versalles— tuvo lugar en los discursos pronunciados dentro del salón de los espejos.
Y sin embargo —para no perder la oportunidad— los responsables del espaldarazo y los demandantes del garrote “legal” sí sometieron a consideración del Presidente echar abajo su reciente reforma fiscal porque, de acuerdo con sus contadores, algo de merma ha provocado ésta sobre sus ganancias ingentes.
Zoom: desde que regresó de China el Presidente ha tenido una agenda muy ocupada; las fotografías publicadas en prensa dan cuenta de ella: destaca la que se hizo tomar junto con el mando militar, después vino el discurso en palacio que tuvo como destinatario a le Tout-Mexico, y finalmente, la reuniones de la semana pasada con los empresarios que son el corazón de ese selecto grupo.
¿Cuándo se procederá con el diálogo que el resto de México merece?