Llegó la hora de votar. El domingo cada ciudadana y ciudadano expresará su juicio sobre quién cree que debe gobernar su estado, su municipio o su alcaldía y sobre quiénes quieren que los representen en los congresos. Sin duda, expresarán implícitamente una evaluación del Gobierno federal, aunque este no este en juego, pero también calificarán a las autoridades locales. Es una gran elección, suma de más de 4 mil diferentes elecciones, cada una con su propia lógica y sus motivaciones particulares. Los resultados reflejaran indudablemente un mosaico multicolor, espejo de una pluralidad imposible de reducir a dos polos enfrentados de manera irreductible, a pesar de la intención del Presidente de la República de convertir los comicios en un plebiscito sobre su persona, garlito en el que cayeron los partidos integrados en la coalición Va por México, convencidos de que en estas votaciones se definiría el futuro de la democracia mexicana, amenazada sin remedio de regresión autoritaria.
No menosprecio las pulsiones autoritarias de López Obrador. Sin duda, a diario muestra su desprecio por la legalidad, su incomodidad con los contrapesos de una democracia constitucional, su pretensión de encarnar la voluntad general. Me disgustan sus discursos excluyentes y sus agresiones a sus críticos y a la sociedad civil, pero desde la gestación de la alianza opositora me pareció una estrategia equivocada convertir a esta elección en una cruzada de los adalides de la democracia contra un enemigo imponente. En varios comentarios señalé que una alianza entre los derrotados de 2018 sería incapaz de movilizar el voto de los desencantados con el actual Gobierno, de aquellos que votaron por López Obrador no porque fueran sus entusiastas seguidores, sino porque querían castigar el mal desempeño y la corrupción de quienes habían gobernado durante las dos primeras décadas de este siglo, cuando finalmente fue desmontado el monopolio político dominante durante el siglo XX mexicano.
Las encuestas son instrumentos limitados en su capacidad de predicción de los resultados electorales, sobre todo cuando existen múltiples determinantes locales de los humores de los ciudadanos. Una muestra nacional, por más grande que sea, no es capaz de reflejar la influencia de los procesos municipales en la elección federal distrito por distrito. Así, no tendremos la certeza sobre el éxito o el fracaso de las estrategias de los partidos y coaliciones hasta la mañana del 7 de junio cuando consultemos el PREP nacional y en los locales. Sin embargo, con las fotografías borrosas de las encuestas publicadas en al momento final de las campañas, tengo la impresión de que mi pronóstico negativo sobre la estrategia aliancista se va a confirmar. En 2018 la coalición favorable al Presidente obtuvo el 46 por ciento de los votos para el Legislativo. Ninguna proyección le otorga a Juntos Haremos Historia, pomposo nombre del lopezobradorismo electoral, menos de ese porcentaje. Si los aliados del Presidente obtienen menos diputados que hace tres años, es probable que ello sea más efecto de la regulación de la sobrerrepresentación, acordada por el INE y ratificada por el Tribunal Electoral, que del daño infligido por Va por México.
Si el resultado de la elección coincide con el promedio de las encuestas, la alianza no le habrá quitado ni un punto porcentual al bloque legislativo del Presidente y habrá fracasado en su pretensión de convocar al voto útil para contener al autoritarismo presidencial, mientras que López Obrador alardeará de la derrota de sus adversarios y reforzará su estrategia de polarización. Como fijaron como único objetivo el quitarle la mayoría a Morena y sus aliados, los partidos de la alianza encajarán en conjunto una sonora derrota, aún cuando puedan incluso tener avances particulares en sus porcentajes y en el número de diputados que actualmente tienen partido por partido.
Existe la posibilidad, de acuerdo con los estudios de opinión, de que el Partido de la Revolución Democrática pierda su registro. Ello marcaría el final de toda una época de la política mexicana, iniciada con la reforma de 1977, gracias a la cual el Partido Comunista Mexicano pudo participar legalmente en las elecciones de 1979; con una votación cercana al cinco por ciento, consolidó entonces su registro, el cual heredó después al Partido Socialista Unificado de México, este lo traspasó al Partido Mexicano Socialista y, finalmente, lo recibió el PRD. Se trata de la patente electoral de la izquierda histórica, a la cual la incongruencia y la cerrazón de la camarilla que se apropió del partido acabará por sepultar, por su decisión de ir en un mazacote incongruente, sin otro programa común que la oposición un tanto histérica a la amenaza autoritaria.
La mejor manera de debilitar a López Obrador era, desde mi punto de vista, crear una opción electoral que reivindicara las causas traicionadas por el Presidente de la República, como la desmilitarización, los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la reparación a las víctimas de la violencia, la agenda de la diversidad sexual, una política ambiental y energética congruente para frenar el cambio climático, una política migratoria solidaria, la construcción de un piso común de igualdad social no basado en meras transferencias de efectivo, sino en un sólido Estado de bienestar. Un proyecto de izquierda que reivindicara las causas usurpadas por la demagogia de López Obrador. El PRD renunció a encabezar un proyecto de esta naturaleza. Solo Movimiento Ciudadano, de manera parcial y un tanto débil, se hizo con esta agenda.
Si los sondeos resultan acertados, MC habrá sido la única fuerza capaz de captar una pequeña parte de la desilusión electoral generada por la incongruencia del Presidente. La mayor parte de la decepción se irá a la abstención, pero algo del voto progresista perdido por la deriva reaccionaria del Gobierno será captado por Movimiento Ciudadano, al que las encuestas le auguran resultados medianamente buenos. Creo que la estrategia de ese partido ha sido acertada. En su programa, al menos, sí se reflejan las ideas de un proyecto socialdemócrata razonable, aunque buena parte de su estructura esté atrapada por redes de clientelas sin principios y muchas de sus alianzas locales transpiren pragmatismo oportunista. Con todo, me parece la única opción para votar con algo de congruencia. En un sistema con proporcionalidad como el mexicano, todo voto por partidos que alcancen más del tres por ciento es útil y me siento mucho mas coherente al votar por MC que si lo hiciere por la masa amorfa de Va por México.
Fuente: Sin Embargo