Corren tiempos interesantes para ser (¿decirse?) hombre, progresista y feminista. En México, López Obrador, gran esperanza de cierta izquierda, minimiza desde la presidencia el aumento sistemático de las violencias contra las mujeres. Su equivalente colombiano, el eterno candidato presidencial Gustavo Petro, pasó 2019 cobijando bajo su ala una candidatura a la alcaldía de Bogotá encabezada por un acusado formalmente de maltrato, y en 2020 se entretiene explicándoles a sus colegas senadoras el feminismo, mientras trata de diminutivo a periodistas. En paralelo, el cineasta más significado de una generación llena de “compromiso social” enfrenta una acusación bien documentada de abusos. Y en España, la otrora joven figura de esa misma izquierda enuncia desde la vicepresidencia del Gobierno un paternalismo inusitado hacia una mujer, antigua subordinada laboral, negándole el acceso a unos datos privados que lógicamente le pertenecían.

La derecha ataca desde el ángulo del doble rasero: por qué no se les somete al mismo grado de juicio que a otros para estas cuestiones, claman. Para defenderse, los hermanos de trinchera subrayan que el conservadurismo es en suma peor para la situación de las mujeres (¿paternalismo?, ¿dónde?). Añaden que la intención de los conservadores al subrayar contradicciones es puramente interesada, no motivada por preocupación sustancial alguna. Probablemente es cierto, pero lo que demuestra la defensa de esa especie particular de los machitos progresistas es que a ellos tampoco les importa mucho la cuestión de fondo.

Si todo al final es una discusión táctica que ganar por puntos, el foco de la cuestión central se desplaza, emborronándose: al final, todo esto sucede porque el reparto de poder entre hombres y mujeres no es simétrico. Tampoco en el espectro progresista, y, paradójicamente (o no), menos aún en el que se encuentra más al extremo de la distribución ideológica. De lo que deberíamos estar hablando es de cómo redistribuir dicho poder. Mientras el aspecto sustancial y la autoinspección que implica no se vuelva el centro del debate, el progresismo estará faltando a la que, se supone, es su máxima: el avance igualitario de la sociedad. Los hombres que se digan progresistas y feministas que sí vean esto deberían preguntarse si sus prioridades, y sus compañeros de viaje, son los más apropiados para la consecución de sus objetivos. 

Por: Jorge Galindo

Fuente: El País