Andrés Manuel López Obrador cabalgó una ola de descontento hasta la presidencia de la México. Ese descontento tenía, principalmente, tres fuentes: inseguridad, corrupción (asociada a un creciente sentimiento antiélite alimentado por el propio, eterno candidato) y, rodeándolo todo, el estancamiento económico que sufrían con particular intensidad las capas más modestas de la población. La plataforma del candidato prometía un pack todo en uno: el fin de la élite y su sustitución por un grupo de servidores virtuosos finiquitaría la nueva era de violencia y produciría rebrotes en los bolsillos de los más necesitados.

La mitad del país que votó (un 53,2%) le otorgó su confianza a esta propuesta hace dos años. Hoy, una porción exactamente idéntica de la población mantiene una opinión favorable del presidente, según la reciente encuesta de SIMO Consulting para EL PAÍS. El patrón se repite a la hora de opinar sobre el pilar del discurso clásico de López Obrador (corrupción), el problema más acuciante del país (la crisis provocada por la epidemia) y la visión de futuro.

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Fuente: El País