Los resultados de la edición 2013 del Barómetro Global de la Corrupción, elaborado por Transparencia Internacional (TI), confirman el descrédito en que se encuentran los políticos y los partidos políticos, no sólo en México sino a nivel global.
De esta manera, en nuestro país 91% de los mexicanos cree que los partidos políticos son la institución más corrupta. Lo mismo opinan los ciudadanos de otras 50 naciones.
Ya no sorprende que los ciudadanos mexicanos consideren a los partidos y a los políticos como los más corruptos, pues éstos se han ganado esa posición, ya que en lugar de velar por los intereses de la gente, de la nación, sólo les importan sus intereses particulares y partidistas.
Lo que es preocupante, es que la política se ha convertido en una negociación y en un intercambio de favores e intereses, totalmente ajenos a los del común de la población. En esta red de corruptelas ya no importan los colores partidistas ni las orientaciones ideológicas. Todos son iguales y sólo se tapan unos a otros.
Sólo se inconforman, se ofenden y denuncian en los casos en los que les conviene afectar a sus adversarios, lo mismo si éstos se encuentran al interior de sus propios partidos que en los otros institutos políticos.
Un claro ejemplo, es que legislan para tener en control al grueso de la población, pero cuando se trata de hacerlo con ellos mismos, es cuando vienen las trabas. Como la atorada Ley de Transparencia, la cual se han negado a aprobarla, pues, entre otros puntos, los obligaría a proporcionar información clara a la ciudadanía sobre el uso y destino de los recursos que reciben del contribuyente.
En esta coyuntura, las acciones partidistas se encuentran más bien enfocadas a incrementar las cuotas políticas y las partidas presupuestales.
Sólo para darnos una idea del despilfarro de recursos que se destina al aparato electoral, señalemos que pese a que este año no habrá elecciones federales —sólo se realizaron las locales del pasado 7 de julio— entre el IFE y los partidos se están llevando un presupuesto de 11 mil 19.8 millones de pesos: siete mil 277 millones para el árbitro electoral y tres mil 742 millones para la partidocracia.
El problema es que aunque en todos los partidos puedan existir personas honestas que quieren hacer las cosas por el bien de la nación, éstas muchas veces son nulificadas. Claro ejemplo de esto, es que se dice que un presidente de partido o un líder camaral eficiente, es aquel que logra que toda su bancada vote de forma unánime en relación con un tema o asunto en particular.
Pero este descrédito partidista no sólo se manifiesta en la repulsa que se da a través de las encuestas, sino en acciones más concretas. El triunfo de Raúl Luna Tovar, como primer candidato ciudadano en la historia electoral, así como los 12 mil votos obtenidos por un gato (Morris) en Xalapa, Veracruz (prácticamente la misma cifra que obtuvo el PRD en esa ciudad) son claras muestras de la indignación ciudadana contra los partidos y la clase política.
Si bien la alta votación del candigato no pasará de ser algo meramente anecdótico, en el caso de Luna Tovar, pese a tratarse del nuevo alcalde de un pequeño municipio zacatecano, el suceso pasará a la historia pues se vislumbra que este ex panista se convierta en el primero de muchos candidatos ajenos a partidos políticos con reales posibilidades de competir y, sobre todo, ganar.
Ello, sin duda, es una buena noticia para la democracia, ya que este hecho se puede convertir en una presión a los partidos para que éstos muestren un genuino compromiso con los intereses de la ciudadanía e impulsen sólo a políticos capaces y lejos de antecedentes turbios.
Regresando al estudio de TI hay que enfatizar que la responsabilidad de que las cosas cambien, no sólo es de las autoridades o de los políticos, sino también de los ciudadanos, pues según el documento al menos uno de cada tres mexicanos pagó sobornos en el último año.
Cierto, hay que denunciar las corruptelas, pero al mismo tiempo no hay que caer en esas prácticas, pues es absurdo quejarnos de lo que pasa en otros ámbitos, mientras en el plano particular también incurrimos en eso que tanto criticamos.
Fuente: Excelsior