La mezcla de tortura y esclavitud comenzaba desde que las niñas cumplían tres o cuatro años de edad. En la antigua China se consideraban los pies pequeños de una mujer como una poderosa señal de belleza y erotismo. El cumplimiento de esta primitiva expectativa estética implicaba el uso de vendas y zapatos de madera para doblar los cuatro dedos pequeños por debajo del pie y formar un arco con un ángulo imposible para la anatomía humana. Con frecuencia había que limpiar la sangre y el pus generado por la deformación. Médicos misioneros reportaron casos de gangrena, miembros amputados e incluso la muerte de niñas y mujeres sometidas a este tormento. Los pies de 8 centímetros de largo dejaban a las mujeres con una discapacidad motriz permanente. Al no poder caminar lejos de su casa se cancelaba la posibilidad de una eventual escapada con fines amorosos. Esta monstruosidad fue muy común en la aristocracia china por cerca de mil años, pero sólo en un par de décadas a principios del siglo XX, la práctica cesó para siempre.

Este holocausto misógino, y otras aberraciones forjadas por nuestra especie, son parte del libro The Honor Code (El código del honor) de Kwame Anthony Appiah. El fin de la esclavitud y otras versiones caducas del machismo institucionalizado son ejemplos adicionales que buscan resolver la pregunta que da subtítulo al libro y estructura al texto: ¿Cómo ocurren las revoluciones morales? Appiah busca explicar cómo los colectivos humanos logran dejar atrás usos y costumbres aberrantes. ¿Cómo se rompe una tradición social? ¿Cómo se borra una norma que se ha perpetuado por generaciones pero no está escrita en ningún papel, ni labrada en ningún mármol? ¿Qué es más difícil de cambiar, un país con una sociedad autoritaria o un país con un gobierno autoritario? Le escuché esta pregunta a Manal al-Sharif, la líder del movimiento que busca garantizar el derecho de las mujeres a manejar automóviles en Arabia Saudita. No existe un impedimento formal en la ley que prohíba manejar a las mujeres en este reino musulmán, pero sí existe una severa costumbre con una estricta bendición religiosa.

A pesar de ser causas muy distintas, todos estos empeños de cambio cultural y político tienen un enemigo común: el pesimismo. Este sentimiento es una disposición anímica perfecta para garantizar que nada cambie. Puede resultar muy obvio, pero el primer requisito para que las circunstancias cambien es asumir la posibilidad de que las cosas pueden ser de otra manera. El pesimismo es en esencia un déficit de imaginación, una incapacidad de concebir días mejores y distintos. El pesimismo sólo concibe dos escenarios posibles: o nos quedamos igual o vamos para peor. El optimismo puede pecar de ingenuo o ñoño, pero nunca de conservador. El cínico es un pesimista crecido por la soberbia y amargado por la evidencia selectiva.

La iniciativa Ley 3 de 3 no sólo busca desactivar los incentivos a la corrupción, sino también cambiar la percepción de los ciudadanos sobre su capacidad de incidir en la vida de la República. Si estamos convencidos de que México no va a cambiar nunca, nuestro propio pesimismo se convertirá en una profecía autocumplida. Si 120 mil mexicanos firman en apoyo de una ley que cimbra el estado de impunidad, no sólo se pueden cambiar las normas, sino también las perspectivas de lo que viene adelante.

Cada nación y cada época tiene que encarar sus respectivas estupideces y desafíos. A México, a principios del siglo XXI, le tocó enfrentar el tema de la corrupción. No es tan cruel o dramático como otras batallas que ha dado la humanidad, pero es nuestro país y es nuestro tiempo. ¿Y tú qué harás al respecto? www.ley3de3.mx

@jepardinas

Fuente: Reforma