Michoacán es el fracaso de los políticos, no hay inocentes. Es el fracaso de los gobiernos estatales y municipales perredistas, es el fracaso del gobernador priísta, es el fracaso del gobierno federal de los últimos sexenios. Cualquier intento de lavarse las manos y echarle la culpa al otro, es un exceso de cinismo.
Pero también es nuestro fracaso. Cuando no podemos caminar en paz por las calles o disfrutar un fin de semana en el parque, cuando nos da miedo “pueblear” por Apatzingán, o la tierra caliente, fracasamos; si nos encerramos en nuestra casa, fracasamos; si en la desesperación no hay otra salida que armarnos, fracasamos. Nos alejamos de una sociedad exitosa.
Hay un fracaso institucional, no hay Estado, ni derecho y mucho menos, dicho claramente, Estado de derecho. Las élites políticas, no han podido, no han sabido o no han querido crear buenos arreglos sociales. Las reglas y los mecanismos que nos hemos dado para seleccionar a los gobernantes no han dado buenos resultados.
¿Y por qué?
Cuando pregunto a mis amigos o conocidos, sean militantes, simpatizantes o líderes de la derecha, del centro, de la izquierda ¿dónde están las intelligentsia de los partidos -todos- discutiendo las causas, las soluciones técnicas a los problemas de seguridad pública, de desarrollo económico, de la administración pública, etc.?, ¿dónde están los documentos, los estudios, diagnósticos, propuestas de política pública de los técnicos, intelectuales, think tanks de los partidos? La invariable respuesta es: no hay.
La inferencia inmediata es ¿qué probabilidad hay de que los políticos en el ejercicio del poder tengan propuestas bien pensadas que no sea el voluntarismo, el mesianismo, la ocurrencia, la improvisación? Estadísticamente, muy poca.
La avalancha de reformas constitucionales de los meses pasados, son un ejemplo de las decisiones voluntaristas, apresuradas, más del pragma que de la episteme, más de la brocha gorda que de filigrana, más del acuerdo que de la deliberación, más de cúpulas que de convocar a la inteligencia social.
No se trata de pretender que los partidos o los políticos sean técnicos o científicos, sino de que las propuestas y las decisiones sean pensadas, bien pensadas. Y en eso cuenta desde lo que Gramsci llamaba “los intelectuales orgánicos”, como que en las asesorías parlamentarias haya un servicio sólido y profesionalizado.
Pero pareciera ser que los partidos se han desembarazado de sus intelectuales. Ni el PRI tiene a sus Reyes Heróles, ni el PAN a sus Gómez Morín, ni el PRD a esa brillante generación que se acuerpaba en el MAP, por ejemplo. Y mi impresión es que se ha llegado a un estado de cosas en el que les son incómodos y no los necesitan.
Una de mis hipótesis es que los partidos sufren de patrimonialización del poder y de cartelización.
Las diligencias partidarias administran dinero y candidaturas. Su conflictividad interna se genera por cargos y presupuestos. Las familias, las tribus, los grupos corporativos, los dinosaurios han patrimonializado los cargos, los espacios de poder, los nombramientos, el presupuesto y cuando la clase política es amenazada tiene prácticas colusorias.
No interesa tener nueva militancia ni movilidad porque no son necesarias y por el contrario son amenazantes. Si lo que cuentan son los votos para mantener el financiamiento público, las candidaturas, las plurinominales en especial son el sitio de negociación, un personaje famoso es más redituable que alguien con méritos en la militancia.
La competencia como mecanismo darwiniano de selección, ha sido anulada y se ha generado un nuevo status quo que ha matado al mérito, a la ideología o a la capacidad para resolver problemas de política pública en la selección de las élites. Como dijera una de tantas “leidis”, lo importante es tener voz y gritos de senadora, de diputada o de lo que fuere.
Nuestro actual sistema de partidos es, en palabras de Acemoglu y Robinson (Why nations fail), una forma de arreglo institucional extractiva.
En un panorama así, hablar de estupidez no es un insulto, es una categorización. No se puede resolver un problema si hay torpeza para entender las cosas. Cipolla en las Cinco leyes fundamentales de la estupidez humana, caracteriza diversos comportamientos y clasifica a los sujetos en los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. Los incautos son quienes benefician a otro y ellos pierden, los malvados son aquellos que se benefician perjudicando a otros, los inteligentes son quienes benefician a otros y también a ellos y los estúpidos son los que perjudican a otros y a sí mismos.
En política abundan los políticos profesionales malvados. Pero si la sociedad pierde, las instituciones pierden y los partidos que también lo son, pierden. Beneficios privados, pérdidas públicas.
No se trata de decir que los políticos son los malos y la sociedad la buena. Los políticos somos todos, quizás no de manera profesional pero todos hacemos política, hasta por omisión.
El gran reto es cómo reorientar las reglas del juego, los comportamientos, la cultura, las responsabilidades, los arreglos institucionales en la dirección no de la estupidez sino de la inteligencia.
Un buen sistema de rendición de cuentas es una de las claves.
Twitter: @jrxopa
Fuente: La Silla Rota