Comienzo con una aclaración: durante todo lo que va del Gobierno de López Obrador he tratado de evitar en mis escritos sus marcas registradas, pues no me parecen otra cosa que divisas propagandísticas. No me refiero al Presidente con la sigla que popularmente lo identifica, ni he usado el pomposo y grandilocuente termino de “Cuarta Transformación” para nombrar su Gobierno; estoy convencido de que no tienen relevancia histórica mayor que cuando recordamos a Echeverría como LEA o al Gobierno de Salinas como el de la solidaridad. Y como propagandistas le sobran, mejor que sean ellos los que nos machaquen con sus etiquetas que, espero, pronto pasarán al olvido.
Sin embargo, hoy sí voy a usar la abreviatura popularizada para nombrar el margallate ideológico y programático que el Presidente ha querido vender como un cambio de régimen. Todavía hoy creo que su intención no se va a concretar y que el proceso de democratización retomará su cause en México cuando López Obrador sea relevado del poder en 2024, ya que la fuerte institucionalización de la no reelección impedirá una deriva de regresión autoritaria como la que han vivido otros países durante esta época que Larry Diamond ha caracterizado como “regresión democrática”, mientras que Lürmann y Lindberg hablan ya de una “tercera ola de autocratización”.
Por supuesto, existe un grave riesgo de que los endebles cimientos democráticos se colapsen por culpa de los embates presidenciales, pero me temo que el mayor riesgo de retroceso no proviene de una entronización autocrática de López Obrador, sino de un efecto colateral de su Gobierno: la militarización. De cualquier modo, vale la pena conceptualizar qué diablos es la llamada con algo de sorna 4T –aunque los propios panegiristas del Gobierno lo hayan adoptado. (Por cierto, hace unas semanas Martín Caparrós recordaba en El País que el término nazi –usado antes en alemán más o menos con el significado de Nachito– fue un apodo burlesco que los nacional–socialistas de Hitler no utilizaban, pero acabó convertido en su denominación histórica).
Regreso a mi punto ¿qué tipo de régimen pretende estar incubando López Obrador? Desde luego, no es una democracia liberal: su constante descalificación de los opositores, de los que piensan diferente, de la sociedad civil, de la judicatura o de los órganos autónomos y su reiterada identificación con el pueblo en contraposición con lo que ya no llama la mafia del poder, pero sigue considerando enemigos del cambio, lo acerca a ese engendro que se suele llamar democracias iliberales, el nuevo ropaje que ha adoptado el autoritarismo.
No han faltado analistas de mi mayor consideración, como mi querido Mauricio Merino, que han llegado al extremo de identificar al bicho con el fascismo y subrayan los rasgos ominosos de parecido entre lo que está ocurriendo en México y lo que pasó en Italia en la tercera década del siglo, donde las elecciones fueron la base para el encumbramiento de Mussolini y su régimen de terror. Sin embargo, dos lecturas recientes me han llevado a pensar en la necesidad de tejer más fino para categorizar a los distinto fenómenos autocráticos surgidos en el horizonte mundial durante la última década y, en especial, al que aparece de manera embrionaria en el discurso y las políticas presidenciales en México.
El primero de los textos a los que me refiero es un artículo de Hager Ali en The Loop, un blog especializado en Ciencia Política. La autora plantea la relevancia de construir mejores tipologías para explicar los regímenes autoritarios. Autocracias con adjetivos, titula al ensayo donde se pregunta por qué, si la diversidad de autocracias es incluso mayor que las existentes entre las múltiples formas de democracias existentes en el mundo, los politólogos han dedicado mucho menos esfuerzos a caracterizar a los distintos tipos de regímenes sin pluralismo o con pluralismo limitado, que incluyen monarquías absolutistas, monarquías con parlamentos acotados, regímenes militares, gobiernos civiles bajo control militar, regímenes con elecciones controladas, regímenes sin elecciones, etc.
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