Pocos temas despiertan más pasión en México como la defensa de la clase media. Si algo la amenaza, lastima, agrede o roza, la furia monta como si no hubiera otra causa más importante que su bienestar. Hace ya tiempo que las preocupaciones de otros sectores de la población se fueron al sótano de la relevancia nacional. Para la opinión pública la clase media representa un estatus moral, acaso espiritual, que es superior y punto.

En México resulta de muy mal gusto no pertenecer a esta clase social. Lo mismo le ocurre al privilegiado que al desposeído. Quienes gozan de una circunstancia obvia de superioridad económica corren a colocarse como parte de la clase media, quizá porque saben que en esta geografía ser señalado como rico despierta fácilmente el rencor. En el otro extremo social, la ilusión de pertenecer a la clase media sirve como escapismo mental frente a la sistemática exclusión.

Dicen los que no saben que la clase media es un estatus desligado del ingreso. Asumen que es una categoría cultural nutrida solo por identidades, valores y aspiraciones. Y sin embargo, más allá del estatus social al que uno desearía pertenecer, lo serio a la hora de definir clase social es acudir al ingreso y patrimonio de la persona, porque de lo contrario se falsea la realidad con sueños inmateriales y por tanto imposibles de medir.

En fecha reciente, el debate sobre la definición de la clase media mexicana ha vuelto a tomar vuelo. Lo anterior se debe a la pila de argumentos edificados para advertir que la reforma fiscal propuesta por el gobierno atenta contra este segmento. Así lo afirman, entre otros, los líderes del PAN que, celando el poder de convocatoria de los profesores de la CNTE, han convocado a marchar contra un eventual asalto a la clase media. Lo mismo ocurre con los dirigentes del Consejo Coordinador Empresarial y de algunas Cámaras defensoras del patrón, quienes azarosamente andan despreocupados de sus propios intereses porque hoy solo importa la amenaza que asecha sobre sus subordinados.

En otros tiempos habría parecido sospechoso que la rica burguesía saliera en defensa condescendiente de la pequeña burguesía, pero hoy que nos gusta tanto confundirlo todo, tan curioso dislate termina pasando desapercibido.

No obstante, aunque sea a contracorriente, vale la pena hacer un intento a favor de la precisión: ¿dónde se ubica realmente en México la frontera entre las clases sociales? Quienes investigan los hábitos de consumo dividen a la población en cinco segmentos (A, B, C, D y E). Los dos primeros, (A y B), estarían sobre del umbral de la clase media y los dos últimos (D y E) por abajo de éste. El justo medio lo ocuparía la letra C.

En nuestro país, las familias que pertenecen a la letra E ingresan 2 mil 500 pesos por mes o menos, y las personas que le componen representan el 25% de la población mexicana. Son los más pobres.

Luego vienen las familias clasificadas como segmento D, cuyo ingreso es superior a la cantidad citada pero inferior a los 14 mil 760 pesos mensuales (cabe insistir que se trata de ingreso familiar). Los mexicanos dentro del segmento D son 55% de la población.

Acaso alguno se verá sorprendido, pero 8 de cada 10 mexicanos se encuentran en los niveles D y E y por tanto NO pertenecen a la clase media.

La letra C de esta clasificación se asigna a las familias que ingresan entre 14 mil 760 y 160 mil pesos mensuales. Ellas representan 18% de la población mexicana y en estricto sentido son la clase media.

Por último están las letras A y B, asignadas al privilegiado grupo de las familias que ingresan más de 160 mil pesos mensuales. En México, las personas de este segmento son solo 2% de la población.

Estos umbrales sirven para desmentir a aquellos que, siendo de la clase alta (A y B), argumentan ser clase media, y también a quienes, no siéndolo, se asumen aludidos cada vez que la alta burguesía quiere usarlos para defender sus muy mezquinos intereses.

Si México es un país desigual es precisamente porque el estrato C no resulta más amplio que los demás segmentos. Es esta circunstancia la que amerita modificarse. Y no hay país que haya logrado crecer su clase media sin cobrar mayores impuestos a los grupos sociales que más ingresan.

Al final debe dudarse de quien, utilizando definiciones alevosas de clase, pretenda eludir su compromiso hacendario.

Fuente: El Universal