Del Acapulco de nuestra memoria no queda mucho. Se lo llevó el huracán, igual que los recuerdos de lo que fue ese lugar. Es compartida la deuda que tenemos con el puerto turístico que puso a México en el escenario mundial.

Los árboles desenraizados, las toneladas de escombros, el hormigón desnudo y las innumerables imágenes de la catástrofe son lesiones que marcarán un antes y un después.

No hay comparación en nuestra historia de una tragedia tan grande. Ni siquiera el temblor de 1985 en la capital del país hizo tanto daño, proporcionalmente hablando, a la infraestructura de una ciudad. Otis hincó su garra en más de 90 por ciento de este territorio. Si bien, por fortuna, la pérdida en vidas humanas es incomparable, el Acapulco sobreviviente da cuenta de lo poco que queda.

Esta tragedia obliga a preguntarse sobre el deber de la actual generación respecto de una población de casi un millón de personas. Habrá quien pueda migrar, pero la inmensa mayoría está condenada a rehacer la vida a partir de los escombros.

Más allá de las medidas del gobierno para enfrentar la coyuntura o de las acciones que, desde la iniciativa privada, se promuevan para recuperar la economía, hay necesidad de imaginar una acción de proporciones hercúleas capaz no solo de poner a Acapulco en pie, sino también de devolverle la estatura luminosa que tuvo alguna vez.

En esta semana hay voces que se llenan la boca con elogios a propósito de las acciones emprendidas después del Paulina por el gobierno de Ernesto Zedillo. Igual que ahora, hubo planes de rescate y algunos apoyos económicos, pero, siendo sinceros, Acapulco nunca volvió a ser el mismo después de aquel otro huracán.

De hecho, la penetración del crimen organizado ocurrió justo después de aquel evento. Sería de lo más injusto repetir la misma historia. Calcar programas para salir del paso que, en realidad, no consiguieron traer de vuelta el lustre del antiguo Acapulco.

Zoom: la memoria de lo que alguna vez fue esta ciudad tendría que ser el espejo a la hora de calcular la reinvención. Necesitamos una megaobra, al estilo de Dos Bocas y el Tren Maya, con todos los medios necesarios para que Otis no se convierta en el punto final de esta población, sino el parteaguas a partir de la cual ocurrió su renacimiento.

Fuente: Milenio