En estos 25 años, México cambió y su sociedad civil con él. Me permito hacer esta alusión personal porque ilustra bastante bien la evolución del país y de su sociedad civil, por lo menos, en este segmento, el de las instituciones dedicadas al análisis de la política pública. En este cuarto de siglo casi todo cambió: el contexto político, los interlocutores, las estrategias, los instrumentos y la oportunidad de incidencia. Me parece que en esta dialéctica gobierno-sociedad civil hemos avanzado. Ojalá no lo echemos para atrás. Aquí algunos aspectos de este cambio.

Competencia, y no monopolio de ideas. En 25 años, las organizaciones de la sociedad civil se han multiplicado. No tengo el número de asociaciones civiles registradas en ambos momentos, pero su presencia es vibrante. Con esta expansión se ha dado especialización temática, en algunos casos coordinación de agendas y masa crítica para empujar temas clave, como lo vimos recientemente con el impulso a las reformas de transparencia y anticorrupción. Lo más importante en este punto es que el monopolio de la política pública, de los diagnósticos y de las prescripciones técnicas dejó de estar en el gobierno. Hoy tenemos un mercado en el que las ideas compiten, para el bien del país y de su sociedad.

Una diversidad de interlocutores. Dos décadas atrás el único interlocutor con capacidad de decisión era el Presidente de la República o su círculo más cercano. Hoy, los actores involucrados en ese proceso son diversos (congresos, gobernadores, grupos de interés, medios de comunicación), señal de que en este país el poder se fragmentó. Incidir en un contexto de mayor complejidad tiene enormes retos, pero también más oportunidades y, desde mi perspectiva, estamos aprendiendo a interactuar en este ambiente complejo.

Menores asimetrías entre las partes. Las asimetrías entre gobierno y organizaciones de sociedad civil dedicadas al análisis tienen, por lo menos, tres orígenes: los recursos, la información y las capacidades técnicas de los equipos. Descontando el primero, en las otras dos las brechas se han cerrado de manera sensible. Los recursos de acceso a la información, las políticas de datos abiertos, sin duda, emparejan esa cancha. Y cuando esto sucede la interlocución se da ente pares y no dispares.

Nuevos canales de comunicación. Con ellos la sociedad civil potencia su presencia, se comunica con actores sociales relevantes, plantea ideas en el foro público. Permite que la pluralidad tenga medios de expresión y que nuestros juicios se informen con aportaciones de distintas fuentes. Una sociedad abierta es una donde las ideas se vierten en el espacio público, sin restricciones, sin censura. Las redes sociales se han convertido en canales abiertos para la expresión ciudadana.

De lo expuesto, se puede concluir que avanzamos por el camino correcto. Hay dos temas, sin embargo, que nos obligan a reservar el optimismo. Primero, México sigue siendo un país con poca sociedad civil, por más que ésta se haya fortalecido en los últimos años. Países similares a nosotros tienen una densidad de organizaciones muy superior a la nuestra y fuentes de financiamiento más amplias y diversas. Cargamos, entonces, con un rezago producto de nuestro propio pasado. Un sistema político y de gobierno que monopolizó la interpretación de la realidad, de la política y la política pública por muchos años.

El otro tiene que ver con la disposición a la interlocución. En un sistema político con problemas de representación, como el nuestro, la posibilidad de incidencia está relacionada con la disposición de la contraparte (autoridades electas, gobiernos) a escuchar y responder. Disposición a establecer un diálogo de adultos con la sociedad civil,  en el que la crítica y  las propuestas constructivas sean respetadas a cabalidad, sin cortapisas. A reconocerla como un inerlocutor válido porque la motivación de muchos de nosotros es ver a México prosperar en todas las dimensiones posibles. Y por lo que he expuesto, tenemos cómo aportar. Esa disposición a veces se regatea. O se simula.

México cambió. Y un rasgo distintivo de ese cambio es su sociedad civil. Cualquier intento por socavarla o callarla, además de mostrar impericia y ceguera, implica debilitar un motor de transformación y la posibilidad de construir un proyecto de futuro compartido, a partir de una base de legitimidad.

Fuente: Excélsior