Si el tercer debate presidencial sigue un formato similar al primero y el segundo, ya podemos anticipar que lo que se diga relacionado a la inseguridad y el crimen organizado nos dejará muy pocas posibilidades de responder la pregunta inicial: ¿la próxima o el próximo jefe de Estado sabrá conducir al país hacia el fin de la epidemia de homicidios?

El debate presidencial del 19 de mayo próximo es diferente porque incluye los temas de “inseguridad y crimen organizado”. Ya sé que todos los temas de los tres debates son importantes, solo que ahora debemos responder la siguiente pregunta: ¿la próxima o el próximo jefe de Estado sabrá conducir al país hacia el fin de la epidemia de homicidios?

En 2012, cuando se publicó Antípodas de la violencia: Desafíos de cultura ciudadana para la crisis de (in)seguridad en América Latina, trascendió que miembros del equipo de investigación se preguntaron por qué es tanto el desvalor de la vida en México. Se dijeron muy sorprendidos en términos comparados frente a otros países de la región; tal vez no hay otro lugar donde hubieran encontrado tal precariedad en el aprecio a la vida, habrían reconocido.

En mis más recientes colaboraciones en este blog vengo insistiendo desde varios ángulos en una pregunta que, en rigor, solo puede contestarse reuniendo múltiples saberes académicos y no académicos: ¿qué le ha pasado a nuestra sociedad luego de casi dos décadas de violencia homicida desproporcionada? ¿En qué condiciones se encuentran los pensares y sentires habiéndose instalado la experiencia directa e indirecta de la disponibilidad de la vida a través de la violencia? Y desde luego esto a su vez merece diferenciación desde múltiples criterios construidos desde las metodologías especializadas y las experiencias de las personas concernidas.

El primer y segundo debate presidencial provocaron, como suele suceder, muchas más reacciones relacionadas con las percepciones asociadas a las imágenes y mucho menos relativas a las promesas de las y el candidato. Hay mucha investigación sobre lo que son y no son los llamados debates; para los efectos de este texto, cuestiono si las formas ayudan a la argumentación y contra argumentación o no. Mi hipótesis es que el principal incentivo de estos formatos que se usan en cada elección presidencial es cuidar la imagen de su respectiva o respectivo candidato.

En mi experiencia cercana a decenas de campañas, se invierte mucho más en tratar de controlar aquello que puede dañar la imagen de la persona candidata que en construir y comunicar contenidos que pasen la prueba del análisis informado y basado en evidencias. Si el tercer debate presidencial sigue un formato similar al primero y el segundo, ya podemos anticipar que lo que se diga relacionado a la inseguridad y el crimen organizado nos dejará muy pocas posibilidades de responder la pregunta inicial: ¿la próxima o el próximo jefe de Estado sabrá conducir al país hacia el fin de la epidemia de homicidios?

Antanas Mockus, alcalde mayor de Bogotá, Colombia, en los periodos 1995-1997 y 2001-2004, colocaba en el centro de su política de cultura ciudadana, convivencia y seguridad la protección de la vida (“la vida es sagrada”, repetía en la base de su construcción discursiva). Su impresionante propuesta pedagógica desplegó múltiples iniciativas para reducir la pérdida de vidas por las violencias y la accidentalidad, mostrando un compromiso que transitaba por la condolencia, no en pocas ocasiones acompañada por el llanto. Sus gobiernos tuvieron tales éxitos en estos y otros temas, que se convirtieron en referencia ejemplar internacional.

Ya en la campaña presidencial de 2018 en una mesa en radio me preguntaron qué esperaba de las personas candidatas y eso fue justamente lo que contesté: condolencia, cuya definición es “participación en el pesar ajeno”.

Si queremos como sociedad recuperar nuestra humanidad, no cabe para el tercer debate el pragmatismo político que cierra el paso al auténtico escrutinio social sobre las candidatas y el candidato, metiéndolos en un formato rígido que, en lugar de abrir la llave para dejar fluir su pensar y sentir, la cierra al máximo posible.

Por el contrario, debemos romper esa bolsa de contención cambiando las reglas, comenzando por ampliar el tiempo para ponerles a prueba por varias horas, solo contestando a múltiples preguntas asociadas a la descomunal agenda de reconstrucción que supone una ruta fundamentada para acabar con la epidemia de homicidios.

Seguiré esta reflexión con una propuesta precisa de formato y las preguntas mínimas que deberían incluirse.