Con no poca frecuencia el derecho de acceso a la información pública (DAIP) es vendido, como idea, en términos muy simplistas, casi al grado de decir: úsalo y mejorarás tu calidad de vida. Varios de quienes se han atrevido a usarlo se han dado cuenta que los resultados son muy distintos a los que les dijeron; no pocos de ellos se quedaron a medias en el proceso de obtener información, atorados en algún matorral espinoso, antes siquiera de llegar a la rivera del río de cocodrilos.
Y esos solicitantes frustrados alimentan estadísticas invisibles de integrantes del sector de los decepcionados o escépticos del DAIP, cuya tarea de proselitismo informal, pero efectivo, gana adeptos para las filas de los incrédulos de la efectividad y utilidad de este derecho.
El ejercicio exitoso del derecho de acceso a la información pública demanda, por lo general, muchas más capacidades de las que suponemos algunos de sus promotores. Una cosa es que las personas hagan solicitudes de información y otra que estén en condiciones de aprovechar este derecho. No basta con llenar un formato y enviarlo para aprovechar el DAIP. El discurso pro acceso a la información pública pierde todo sentido para quienes no le encuentran utilidad alguna o no obtienen resultados concretos, tangibles y positivos.
A la par de cada nuevo usuario del DAIP que formemos o iniciemos, debemos asumir el compromiso de brindarle el acompañamiento necesario para que supere los obstáculos técnicos, de procedimiento o jurídicos que enfrente –estos son algunos de los matorrales espinosos que hay en el camino del ejercicio del DAIP–. Y cuando la demanda de ese apoyo supere nuestra capacidad debemos, al menos, procurarle a nuestro aprendiz otras fuentes de orientación y asesoría para respaldar la confianza que nos brindó al atender nuestra invitación para iniciarse como usuario de este derecho. De no hacerlo, tendrá muchas mayores posibilidades de convertirse en un usuario frustrado y decepcionado del acceso a la información pública que en alguien que experimente su utilidad. Y nuestros esfuerzos de formación de usuarios podrían resultar contraproducentes.
Por lo general, el valor y la utilidad potencial del derecho de acceso a la información pública guardan relación directa con las capacidades de quien lo usa. De ahí la importancia de no sólo formar nuevos usuarios de este derecho sino también de posibilitarles mejores resultados mediante el fomento del desarrollo de otras capacidades ciudadanas o de asegurarles en este tema la asesoría necesaria.
No es suficiente con que más personas sepan que existe este derecho, es necesario que despertemos motivaciones reales para usarlo y que conozcan los procedimientos para ejercerlo y que tengan los medios para hacerlo. Se requiere que conozcan los pasos para dar seguimiento a sus solicitudes, que sepan emplear los medios de defensa, que puedan interpretar las prevenciones, respuestas o resoluciones, y que identifiquen las aplicaciones pertinentes a la información que eventualmente reciban para poder alcanzar el beneficio pretendido. No es poca cosa.
Mentiríamos si dijéramos que cualquier persona puede ejercer el DAIP, pero creo que no lo haríamos si afirmamos que el envío de una solicitud de información es la etapa menos complicada del proceso de ejercicio de este derecho y que, de quienes cumplen esa fase, varios no continúan con las siguientes etapas. Y cada nueva etapa es como un filtro que produce que menos usuarios sigan adelante.
Pero brinquemos todos esos arbustos espinosos. Llegaremos así a la afortunada etapa en que algunos solicitantes obtendrán la información que habían solicitado. Los ciudadanos de a pie estarán sacando espinas de sus piernas mientras leen y releen las copias de la documentación que recibieron. ¿Y entonces? Resulta que estamos ya justo en la orilla del río de cocodrilos. Es en este punto donde nos daremos cuenta que no en todos los casos el hecho de haber recibido la información solicitada representa un beneficio concreto y tangible. Alguien tendrá que darnos una noticia nada agradable: con esta etapa ha concluido el acceso a la información pública y no hemos solucionado nada. ¿Entonces qué pasó con aquello de ejercer el DAIP para mejorar tus condiciones de vida?
En este tipo de casos nos encontramos con un escenario paradójico, ejercimos con éxito el derecho de acceso a la información pública y el panorama que nos revela la información recibida con frecuencia sólo confirma un estado de las cosas insatisfactorio, adverso, negativo o deprimente. Con decepción nos damos cuenta que ejercer exitosamente el DAIP no siempre significa, en sí mismo, alcanzar un beneficio concreto y tangible.
Inicia aquí otro proceso del que poco se habla y en el que no existen manuales o guías para el usuario. Se trata, en sentido figurado, de cruzar el río de cocodrilos porque los frutos están del otro lado. Estamos ante la disyuntiva de ser capaces de encontrar el uso adecuado que hay que darle a la información que hemos recibido, para aproximarnos al beneficio pretendido, o desistir sin haber logrado provecho alguno.
Es éste el momento en que el usuario del DAIP se encuentra más solo y es cuando más requiere de apoyo, orientación o asesoría. El río de cocodrilos es la fase en que es necesario saber eslabonar de manera correcta el derecho de acceso a la información pública con la exigibilidad de otros derechos (según sea el caso), para obtener un beneficio ulterior al hecho de haber recibido información pública. Y ese eslabonamiento no siempre es obvio, no siempre es fácil, no siempre es gratuito.
Cruzar a salvo el río implica transformar datos en información, e información en conocimiento; involucra conocer las instancias y los procedimientos en los que podemos utilizar ese conocimiento y esa información para exigir los derechos que estamos reclamando. Tareas que no están al alcance directo de la mayoría de los ciudadanos de a pie. Es aquí donde resulta apremiante que los órganos garantes del acceso a la información pública construyan –con el concurso de instituciones de educación superior y órganos de gobierno– servicios de orientación, asesoría y gestoría multidisciplinaria gratuita a favor de quienes apostaron al DAIP como medio para mejorar sus condiciones de vida. De nada sirve obtener información si no estamos en condiciones de saber interpretarla correctamente, si no sabemos qué uso darle, cómo hacerlo y ante cuáles instancias.
El derecho de acceso a la información pública no tiene sentido alguno para millones de personas que no disponen de la capacidad o asesoría necesaria para dar un uso adecuado a la información obtenida y alcanzar el beneficio pretendido.
En el momento en que a través del DAIP los solicitantes obtienen información, pero no la comprenden a cabalidad o no saben qué pueden hacer con ella, este derecho no les representa utilidad alguna y sólo ha significado pérdida de tiempo y motivo de decepción.
Esta situación debe ser detectada y atendida a tiempo por las instituciones garantes del DAIP para reencausar a esos solicitantes por las vías que posibiliten incrementar sus posibilidades de alcanzar los beneficios que persiguen y lograr de esa forma no sólo disminuir el crecimiento del número de personas decepcionadas del acceso a la información pública, sino, a la vez, coadyuvar en la construcción de casos exitosos, que son, sin duda, uno de los recursos de mayor poder persuasivo para estimular que más personas se interesen en este derecho, se animen a ejercerlo y pongan a prueba su utilidad.
En este contexto, no es el acceso a la información pública el punto medular, sino los efectos positivos que con él se pueden producir para impactar en la mejora de las condiciones de vida de las personas. En esto último es donde debemos enfocar los esfuerzos. No basta con decirle a la gente que es su derecho pescar o tener muchísimas personas intentando pescar, es necesario ayudarles a que lo hagan de la mejor manera posible. La información pública es una especie de nueva moneda social cuyo uso y valor apenas estamos aprendiendo a identificar.
La necesaria reforma social en el derecho de acceso a la información pública no puede producirse en las Cámaras legislativas. Este derecho estará construido en los hechos cuando cualquier persona esté en condiciones no sólo de ejercer, sino de aprovechar este derecho y, para ello, que tenga a su alcance los medios y recursos necesarios acordes a su contexto social.
Texto complementario a la plática “Cómo cruzar el río de cocodrilos en transparencia y vivir para contarlo”, dirigida a estudiantes de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Juárez de Durango, como parte del Curso de Formación de Multiplicadores del Derecho de Acceso a la Información Pública, organizado por la Comisión Estatal para la Transparencia y el Acceso a la Información Pública de Durango. Mayo 30, 2013.
Samuel Bonilla
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