Hace ya algún tiempo que los políticos mexicanos piensan principalmente en función de los votos que obtendrá la fuerza electoral a la que pertenecen. Puede reclamárseles su adicción al cálculo sobre lo que ocurre en las urnas pero al hacerlo no debe perderse de vista que eso es precisamente lo que la democracia quiere: que la voluntad ciudadana expresada a través de los votos sea la que norme el gobierno de los asuntos públicos.

 

Un ejemplo de esta lógica política se ha hecho evidente durante la reciente negociación de la reforma fiscal. Las posiciones de las distintas bancadas parlamentarias responden a los intereses de los electores detrás de cada partido.

 

Vale observar aquí la propuesta para incrementar la tasa del IVA en la zona fronteriza. El Partido Acción Nacional se ha opuesto con contundencia a la iniciativa para elevar de 11 a 16 por ciento este impuesto. No sorprende la decisión cuando un bastión importante de los votos que este partido obtiene, elección tras elección, se encuentra en esa coordenada del país. En efecto, el PAN es primera o segunda fuerza electoral en el largo rosario de urbes fronterizas, presumiblemente afectadas por tal contribución.

 

Un patrón similar puede hallarse en las propuestas fiscales impulsadas por el PRD. Este otro partido suele ser tercera fuerza en el norte pero es primera o segunda en el sur y sureste del territorio nacional. Su presencia es importante en entidades como Tabasco, Chiapas, Guerrero o Oaxaca y coincide en esta otra geografía la desigualdad y la pobreza de las poblaciones, así como un penoso déficit de infraestructura, resultado de un largo abandono por parte del Estado. Se trata de regiones donde faltan carreteras, sistemas de riego, urbanización, hospitales, universidades, escuelas, etc. No sorprende por tanto que ahí la población sea más tolerante ante la propuesta de subir los impuestos. En estas regiones el Estado mexicano ha sido incapaz de proveer servicios básicos y también ineficiente para mejorar la igualdad de condiciones entre las y los mexicanos. Por ello es que, en estas coordenadas, una reforma fiscal que hinque el diente sobre los ingresos de quienes más tienen no solo se mira adecuada sino justísima.

 

A la luz de esta interpretación puede comprenderse mejor el álgido debate que, en materia de impuestos, se ha desatado durante las últimas semanas. Porque no es fácil conciliar las necesidades del norte y sur mexicanos es que tampoco lo es encontrar un equilibrio nacional aceptable para todas las partes con respecto a la política fiscal. Muy probablemente lo que sea preferible para el norte no lo es para el sur y viceversa. Lo mismo les sucede al PAN y el PRD; porque representan electorados regional, sociológica y económicamente distintos es que resulta complicado lograr un entendimiento mutuo alrededor de la política fiscal. Mientras el primero es norteño y es clasemediero, el segundo es sureño y quiere hablar por los más desaventajados. Mientras los panistas aspiran a un México de corbata, los perredistas intentan representar a los que tardan tres y cinco horas de penosa marcha para poder acudir a un hospital.

 

Cabe ante esta lógica contradictoria preguntarse cuál es el papel que juega el Partido Revolucionario Institucional. Para ello resulta necesario comentar que, a pesar de haber permanecido 12 años fuera de Los Pinos, este partido logró mantenerse competitivo en la mayoría de las elecciones locales. Prueba de ello es que, a excepción del Distrito Federal, en el resto de la República el PRI es primera o segunda fuerza electoral. En esto es distinto a las demás oposiciones: el PRD es tercera fuerza en el norte y el PAN lo es en el sur.

 

Acaso ahí radica hoy la principal ventaja del PRI: cuenta con margen para tomar decisiones impopulares sin que con ello se juegue su futuro entero. Lo peor que puede ocurrirle es volverse segundo lugar, sea en el norte o en el sur del país. Al mismo tiempo, es más fácil que sus decisiones sean réplica del equilibrio nacional porque dentro suyo se expresan las posiciones del conjunto del país.

 

Esta ventaja priísta prevalecerá mientras PAN y PRD no tomen camino para convertirse en partidos nacionales; es decir, mientras sigan mirando a la nación solo desde la lente y perspectiva de sus respectivas regiones y sociologías.

 

Fuente: El Universal