Se nos acabó el tiempo de la bonanza petrolera, quizá nunca regrese. Por eso el gobierno está obligado a gastar de manera mucho más inteligente. Con el dinero fácil de la renta petrolera, gobiernos de los tres órdenes hicieron de todo: contrataron numerosas burocracias, multiplicaron programas, aumentaron sueldos. Eso suele ocurrir cuando recaudar es barato y gastar mal no tiene grandes consecuencias, por lo menos en el corto plazo. Ahora que el dinero es escaso, hay que recortar. El problema es que a ciencia cierta no sabemos qué. Dispendio hay en todos lados, al menos eso presumimos. Pero no tenemos un buen mapa que nos indique dónde el gasto es inútil y dónde crea valor.
El anuncio del secretario Videgaray sobre el recorte del gasto ha sido bien recibido porque era necesario, pero me pregunto si no ocasionaremos un daño al país al recortar en rubros sensibles para la solución de problemas vigentes. Más que trabajar con bisturí para cercenar excesos improductivos, estamos metiendo una sierra donde quizá nos llevemos un tramo de gasto con efectos positivos en los problemas que buscan resolver. Lo llamativo en el anuncio del secretario es que no haya presentado evidencia para sustentar sus planes de astringencia presupuestal. O por lo menos no en esta primera fase. Me explico.
Me hubiera gustado escuchar del secretario que se recortaba, por ejemplo, los subsidios al campo porque hay evidencia abundante, en sus propios sistema de evaluación, de que este gasto no impacta ni la productividad ni la equidad en el sector. Hubiera sido idóneo que presentara los resultados de su modelo sintético de desempeño (un sistema que Hacienda ha desarrollado para evaluar sus programas presupuestarios) para indicar que un conjunto de programas desaparecen por no cumplir con sus metas, según los indicadores que reportan a la propia Secretaría.
Mejor si hubiera ofrecido los resultados de las evaluaciones del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) para anunciar que detiene o reduce el financiamiento a la Cruzada contra el Hambre, porque ésta tiene importantes problemas de diseño que han afectado de manera muy notoria su operación y, por tanto, sus resultados.
En esta primera fase no se tomaron decisiones basadas en evidencia, quizá porque la que generan nuestros sistemas de evaluación no es suficientemente robusta para orientar las decisiones de gasto. Ello explicaría el acercamiento al Banco Mundial para que, a través de su análisis en distintos sectores, defina esos ámbitos donde el recorte se torna inevitable en un ambiente de escasez de recursos.
Pero más allá de si nuestros sistemas de evaluación son útiles y si los recortes se aplicaron en los lugares correctos, debemos tener una discusión más amplia y profunda sobre la reforma al gasto que se necesita. Recortar es una medida reactiva ante un escenario que se torna adverso. Modificar la manera en que gastamos es una decisión que puede alterar nuestros patrones de desarrollo, para bien.
Una reforma al gasto debería incluir cuando menos las siguientes dimensiones: 1) una presupuestación realista. Hoy el presupuesto sufre de modificaciones importantes en su ejercicio, lo que entorpece su seguimiento y evaluación; 2) transparencia en su ejercicio; 3) evaluación rigurosa; 4) fiscalización para asegurar que los recursos no se desvían y 5) corrección y mecanismos para hacerlo posible. Más importante, el gasto público tiene que estar alineado con un proyecto de nación. Implica definir dónde ponemos nuestras apuestas hoy para desarrollarnos en el futuro. Actualmente nuestro gasto está capturado por grupos particulares. Más que un instrumento dispuesto para el desarrollo, parece un mecanismo de distribución de privilegios. El sector educativo es un ejemplo paradigmático de esta afirmación.
La necesidad de gastar mejor hoy es urgente. Durante años hemos planteado la necesidad de mejorarlo pero apenas hoy, por la coyuntura, nos vemos obligados a hacerlo. El secretario de Hacienda ha ofrecido para el siguiente ejercicio fiscal partir de un presupuesto cero. Enorme oportunidad para corregir y hacer del gasto el instrumento que puede cerrar brechas de desigualdad y establecer condiciones para la productividad y el crecimiento.
El gasto, su estructura y distribución actual es el resultado de una economía política particular. Arreglos y alianzas políticas. Mecanismos de control y disciplina. Por eso la decisión de reformar el gasto no es solamente técnica. Es, sobre todo, política.
Si se mantiene en su propósito, el secretario de Hacienda va a requerir no sólo del apoyo de los legisladores, sino de muchos mexicanos más. Reformar el gasto, requiere tomar decisiones difíciles que implicarán dar la espalda a los aliados de siempre. La coyuntura no nos deja muchas salidas. A menos que se decida sostener el statu quo y esto tendría, sin duda, enormes costos para todos. Buena suerte, señor secretario. Éste puede ser su gran legado.
*Directora de México Evalúa
Twitter: @EdnaJaime
@MexEvalua
Fuente: Excélsior