l discurso que el secretario de la Defensa Nacional pronunció el 13 de septiembre, vestido de gala, cuajado de medallas y entorchados, llamó la atención, sobre todo, por el tono admonitorio con el que se refirió a quienes hemos criticado el apabullante proceso de militarización que vive el país, en contradicción abierta con el orden constitucional. Desde una posición de poder que no había tenido ningún jefe militar desde hace ocho décadas, pues la agencia estatal que encabeza no solo es la que mayor capacidad de violencia tiene, sino que ahora está al frente de la política de seguridad pública con instrumentos de gran arbitrariedad como la prisión preventiva oficiosa, sus palabras se convierten en amenazas aterradoras.

Si no ha tenido empacho alguno en buscar y aceptar la violación flagrante de la Constitución para atribuirse tareas que no le corresponden, no podemos esperar que el general no use de manera abusiva el poder que ha concentrado, sin respeto alguno por los derechos humanos, establecidos en la misma Constitución que ya está violando en flagrancia. Pero su discurso tiene un lado todavía más ominoso, si es que ello es posible. De manera inaudita desde los tiempos del cardenismo, el jefe del ejército se refirió al militar como un sector de la sociedad comparable al político y al económico.

El tamaño de la aberración de equiparar a un cuerpo del Estado ­–que de acuerdo con el orden jurídico vigente debe estar completamente sometido al poder civil– con los “sectores” económico y político muestra con claridad la concepción que el general Sandoval tiene de su poder: no subordinado a la política de la cual emana el poder civil, sino autónomo. El sentido profundo de esta declaración hace pensar que el golpe contra la democracia ya está en marcha y que avanza sin que el Presidente de la República parezca percatarse de ello.

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